Nací en San Juan de Nieva un cinco de octubre de 1950 y la mar ese día estaba salpicona, momento en que aprovechó mi padre para lanzar ese plomo lo más lejos posible -casi llega hasta el Arañon- con el objetivo de lograr una buena pieza y mostrársela a mi madre de regalo por la paciente espera. El xargo no llegó -como casi siempre- pero mi madre se anticipó al sabroso pez y yo vi la luz mirando al Cantábrico. Aunque mi afición es la montaña, llevo dentro de mí el olor a yodo y ocle, cuya fragancia no podré olvidar nunca. Es curioso pero cada año me atrae volver a la entrada de la ría cómo las angulas desde el mar de los Sargazos, entonces llega a mi mente el comparativo de algo que nunca tenía que haber pasado, pero que por circunstancias de la vida ha tenido que ser así. Tengo en mis genes el genio del Cantábrico, la sabiduría del Mediterráneo y la sal de ambos, pero lo que más me gusta es su embrujo y su historia. Nacer en el Cantábrico y vivir en el Mediterráneo te ofrece la ventaja de apreciar las diferentes características que los hacen tan opuestos. Sus gentes, su gastronomía, su hábitat, su clima, su color, su olor, en fin todo es diferente. No sabría elegir en éstos momentos cual es el mejor, cada uno tiene algo que destacar en cada momento de tu vida, es por ello que me siento agraciado de conocer a ambos y desde estas líneas les agradezco y les doy mil gracias. En primer lugar al Mediterráneo le mando un gran abrazo de amigo por enseñarme toda su historia, su embrujo y su experiencia. Al Cantábrico por darme la vida, por transmitirme su bravura y su lealtad, y a los dos porque a pesar de ser opuestos me abren sus brazos y me ofrecen su cobijo para que pueda elegir donde quiero pasar mis últimos años de mi vida.
Saludos
Miguel Sánchez del Río González-Anleo