martes, 9 de febrero de 2021

EL AMIGO INVISIBLE


Esta mañana aprovechando que no llovía, cogí el coche y me fui hasta San Juan de Nieva del otro lado, y desde allí caminando por la ruta llegué hasta el Arañón. La marea estaba alta, la mar rizada y el viento soplaba con fuerza como si tuviese ganas de introducir agua limpia en nuestra ría con carencia cristalina. No había gente, pero al final encontré a dos atrevidos pescadores que lanzaban su aparejo y esperando, esperando.... no eran capaces de obtener ninguna pieza. Supongo que el día no era muy favorable, o también los peces han comenzado su migración hacia otros derroteros más saludables.

A mi regreso, caminaba lento pero con la mirada fija en la dársena de San Juan, donde  todavía podía divisar la casa donde nací (Junta de Obras del Puerto). Allí tenía su hábitat y su clínica mi abuelo Miguel. Cuando tu cerebro entra en ese archivo, abres una serie de ficheros que te llevan a un pasado el cual deseas que pasen muchos años sin cerrarse. Esta vez recordé otro paseo que hacía todos los días por la calleja del Marqués rumbo al instituto. Todavía no estaba canalizado el río de la Magdalena y ocasionaba motivo para pasar unos minutos de entretenimiento. Pero antes me tocaba el suplicio de tener que parar en la vaquería que estaba cerca de la tienda de piensos. ¿Motivo?. Pues dado que, mi gana de comer no era buena, mis padres me obligaban a parar allí y tomarme un vaso de sidra lleno de leche caliente recién ordeñada. 

Me acuerdo vagamente que, al entrar en el instituto (mixto en aquella época) teníamos que formar a la entrada y luego saludar a viejos compañeros/as como: Sampedro, Julito, el Cubano, Amalio, Mª de los Ángeles, y muchos más que harían la lista interminable. También recuerdo los panecillos redondos con unas migas de bonito por 5 pesetas que comíamos en el recreo. De los profesores nada más tengo que decir que eran de la vieja escuela, rectos, bien preparados, y sobre todo con ganas de enseñar todo aquello que podría ser útil en nuestra formación. Salvo algún caso que nos llamaba la atención sus lapsus de sueño, los demás eran extraordinarios. Recuerdo a: Esther Carreño, Llames  con su pipa, Cirilo Arguero, Tessier, etc. 

Pronto me trasladé a la Universidad Laboral de Gijón. Al año siguiente me enviaron a la Universidad de Tarragona y finalmente por cuestiones de especialidad terminé en la Universidad de Córdoba. Durante las vacaciones de verano aprovechaba para trabajar como becario en varias empresas de la Villa, con el objetivo de ganarme unas pesetillas y poder disfrutar de romerías y eventos musicales. Recuerdo haber trabajado en La Vidriera, Sutil, Ensidesa, Mefasa y Aglomerados Asfalticos. Ese tipo de prácticas me sirvieron de ayuda en mi futuro laboral.

Pasados unos cuantos años, llegó el momento de plantearse buscar un trabajo fijo en la Villa, pero en aquella época del 73, las fábricas interesantes estaban saturadas de personal y mi gozo en un pozo.

Tuve la suerte que, realizando una obra en Cristalería Española, me ofrecieron mandarme a Tarragona pues estaban arrancando una fábrica de nueva construcción para la industria del automóvil. Lo pensé varias veces, pues ya esta harto de estar siempre fuera de la familia, pero un día comiendo un plato de lentejas en Casa María (Raíces) con mi amigo Iriondo, me convenció.

Lo hable con mis padres. Acostumbrados a mis largas estancia fuera de Asturias me dieron su acuerdo. Me despedí de ellos y arrancando mi flamante Seat 1430 color verde me dirigí a Tarragona. Al pasar por Valladolid, una piedra me rompió el parabrisas y tuvo que ayudarme mi familia Arturo y Nieves. 

Llegué al pueblo de L'Arboç el 2 de junio de 1974, allí me recibió mi amigo Pirri (primo de Adolfo el de la Eritaña), y pasando mucho calor empecé mi vida laboral en serio. Los 900 km que me separaban de la Villa, cada día me parecían más largos, y por eso mi dedicación al estudio, muchas horas de trabajo y conocimiento de las nuevas tecnologías hicieron de mí alcanzar un estatus laboral muy importante.

Ya casi al final de mi vida laboral, me trasladaron a la fábrica de Avilés y finalice en un proyecto muy ambicioso en la puesta en marcha de una fábrica de vidrio laminado en la ciudad de Kenitra (Marruecos).

A Tarragona voy frecuentemente dónde además de mis hijos, tengo una cuadrilla de amigos muy importantes en mi vida imposibles de olvidar. Hemos formado incluso una Sociedad Gastronómica, por supuesto a mi me tocó ser el cocinero. Os puedo asegurar que en Cataluña me han acogido siempre con un cariño envidiable y es por ello que la aprecio tanto que me sería imposible olvidarla.

Ahora, y viendo toda esta historia que os he relatado, cuando bajo al centro desde mi casa de Avilés, me fijo en las caras de los transeúntes intentando recordar la cara de algún viejo amigo/a para presentarme y recordar nuestra niñez y juventud, pero ese cambio de aspecto realizado, cabellos blancos y ahora un impedimento más -la mascarilla- es muy difícil. 

Aunque fuera de la Villa mi nombre es conocido como Miguel, aquí todos me conocéis por "Cuco", y así me siguen llamando familiares y allegados.

No tengáis ningún reparo si os encontráis conmigo, incluso si os entra cualquier duda, de dirigirme la palabra, pues yo siempre lo hago a menudo. Y aunque han pasado muchos años tener presente que siempre he guardado en mi corazón mis sentimientos hacia vosotros.

Aunque os haga reír, a veces pienso que soy el amigo invisible. Un fuerte abrazo para todos.

Saludos.

Miguel Sánchez del Río González-Anleo