
Mis abuelos Eufrosina y Miguel eran muy felices y así lo practicaron a lo largo de toda su vida. Ella, hija de una familia numerosa emigrante en Pinar del Río (Cuba), supo arrancar al clima cálido del Caribe todo ese calor familiar con tal destreza que nos mantuvo unidos a todos hasta el final de sus días.
Mis recuerdos me llevan a su cocina en San Juan de Nieva donde yo, aunque de poca edad, ya empezaba a interesarme por las artes culinarias y observaba con detenimiento su vetusta olla a presión de la cual, por su válvula, surgían los aromas del mejor caldo de nabizas que os podéis imaginar.
De ella aprendí a practicar los mejores hábitos en contra del despilfarro, cosa que me alegro en estos momentos tan problemáticos. Tenía infinidad de cualidades: cariñosa, paciente, bondadosa, buena cocinera, pero sobre todo destacaba en ella un amor inmenso por sus hijos.
Él, Miguel, hijo de un bonachón marinero de Figueras, retuvo su cariño hacia la mar llegando a ser uno de los Presidentes de la Federación Asturiana de Remo, y con su gran dedicación, que nunca abandonó, alcanzó la medalla de plata al mérito deportivo.
Su faceta emprendedora le proporcionó la creación de diversos negocios que junto con su esfuerzo y sus estudios de medicina, fue obteniendo los recursos económicos necesarios para posicionarse en la sociedad de antaño y facilitar estudios universitarios a sus tres hijos Matilde, Miguel y Oscar.
Con mi abuelo practiqué numerosas actividades que han sido el complemento de mi primera formación, de lo cual le estoy muy agradecido pues le he sacado una buena rentabilidad a lo largo de mi vida laboral.
Me enseñó con la mejor maestría mi celo profesional, el saber resaltar al máximo los valores de, la puntualidad, la responsabilidad, tenacidad y seriedad en el trabajo. Reconozco sin vergüenza que tengo genes de su genio particular, y que algunos siempre criticaron, aunque personalmente pienso que lo han confundido con el buen hacer y decir las verdades en unos momentos muy determinantes.
A lo largo de su vida experimentaron, como todos, diferentes estados emocionales, pero el balance final los situó en una pareja entrañable, católica, inseparable, y en su casa de Salinas encima de Las Conchas siempre estaba la puerta abierta para recibir a todo aquél que gustaba de probar unas buenas viandas y pasar unos momentos agradables.
Juntos lucharon sin tregua por solucionar múltiples y complicados problemas derivados de circunstancias familiares puntuales que, junto con sus crónicas enfermedades, pusieron en peligro su delicada salud, pero no pusieron límites a su esfuerzo. Y así ocurrió, sin previo aviso, nos dejaron para juntar sus almas en un mundo más sostenible, más humano, sin zancadillas, donde los días son eternos, el esfuerzo del trabajo se paga con el amor, la envidia es sustituida por la caridad, los padres son el emblema de la familia, y la felicidad no tiene precio.
Gracias abuelos por vuestro gran empeño y que algún día podamos alcanzar la estela del camino que os hizo grandes en este, nuestro mundo.
Saludos.
Miguel Sánchez del Río González-Anleo