lunes, 8 de diciembre de 2008

AÑORO TÚ MIRADA

Su mirada me traslada al pasado recordando los maravillosos y felices años que pasamos juntos. Nos separamos en multitud de ocasiones, unas motivadas por los estudios, otras por el trabajo, pero quizás la distancia haya sido el denominador común para resaltar de mi padre sus múltiples e inimitables cualidades.

Su paso acelerado en los momentos álgidos de su vida fue mermado por una incurable enfermedad que acabo postrándolo lentamente en un sillón hasta su inoportuno final.

No tuvo piedad con su voluntad, y como un viejo roble luchó por mantenerse erguido a pesar de los fuertes vientos que le azotaban por la delicada salud de mi querida madre. 

Demostró en cada momento de su vida gran capacidad y empeño por descubrir algo nuevo en todo aquello que estaba a su alcance. Cariñoso con todos, y exigente consigo mismo, faceta que le caracterizaba como miembro de la familia Tirola, me ha servido de ejemplo en múltiples ocasiones.

Recuerdo desde niño su afán por enseñarme todo lo que él había vivido, desde sus bélicas hazañas por tierras catalanas en Mora de Ebro, hasta como conducir su viejo Ford, pasando por exitosas reparaciones de cualquier tipo de mecanismo que caía entre sus manos. 

Su vocación por la innovación le incitaba constantemente a encerrarse en su taller de aficionado dedicando muchas horas al ajuste interminable de vetustos aparatos de radio, y complicados inventos, cuyo resultado final a veces no era el esperado, pero con su esfuerzo y dedicación estaba todo compensado.

Preocupado por todos los acontecimientos que ocurrían relativos a las nuevas tecnologías, se informaba a través de la lectura y la televisión, dónde se producían y cual era su cometido. Recuerdo que, todavía convaleciente de su operación, nos obligó a mi cuñado Paco y a mí, a llevarlo expresamente a una cafetería en el Barrio la Luz con el objeto de ver la primera emisión de televisión en color.

Agnóstico por fuera, y con trazas de creyente en su interior, aceptaba a regañadientes que su hermana Amelia -devota hasta la médula- le aplicara remedios curativos procedentes de La Virgen de Garabandal. Los milagrosos ungüentos solo servían para mejorar su Fe por unos instantes, bajo las risas ocultas que mostrábamos mi hermana y yo cuando nos mirábamos.

Su inmensa afición por la pesca, la música y la mar influyeron en mí, de tal forma, que cada domingo busco su silueta entre los pacientes pescadores de la costa intentando oír entre el murmullo del mar canciones que siempre repetía, y que cuyo comienzo “Adiós lucero de mis noches” y “Adiós muchachos”, eran sin duda el principio de su rápida despedida. 

A pesar del esfuerzo que para él suponía desplazarse, cumplió su objetivo de visitar en ultramar a su querido hermano Fernando, y junto con mi madre disfrutaron de las mejores vacaciones de su vida. 

Tuvo formidables amigos que a pesar del tiempo transcurrido no lo olvidaron ni un instante. Todavía hoy, brindan levantando la copa de buen vino en su nombre, recordando con nostalgia su preferencia por los buenos caldos que siempre impregnaron su paladar.

Sus cuatro nietos Fran, Susana, Daniel e Irene le arrebataron los últimos signos de cariño, disfrutando con ellos como si propiamente de un niño se tratara. Recorrió su último paseo firme y sin tambaleos, y marchó veloz desprendiéndose de su bastón y aligerando progresivamente su paso hacia su querida Matucha. Gracias papá por todos esos grandes momentos que nos hiciste pasar.

Saludos.

Miguel Sánchez del Río González-Anleo