sábado, 15 de noviembre de 2008

EL TALLER DE BAUTISTA

El taller de Bautista estaba ubicado en la calle Rivero enfrente de una vinatería y al lado de la peluquería de Pica. 

Por él pasaron infinidad de usuarios que tenían problemas con la batería, la magneto o cualquier otro tipo de avería eléctrica de su automóvil. Incluso dicen que personajes famosos en aquella época como Lilian de Celis tuvieron la necesidad de utilizar sus servicios. 

Todavía lo recuerdo bajando por la calle Rivero con sus característicos pasos largos e indecisos vestido con su mono azul y su boina. La sordera que padecía le suponía una persona con dificultades para su comunicación, pero su profesionalidad, orden meticuloso y cariño hacia todos los que por allí pasamos lo convertían en una persona entrañable. 

Pero en ese taller había algo más, allí estaba la vivienda de la Saga de los Sánchez del Río. Fernando, Manolo y Amelina (como yo llamaba a mi tía) vinieron al mundo en ese lugar mágico donde en el patio de la vetusta casa aún se puede apreciar el olor a plomo, ácido, y resinas de las viejas baterías.

Amelia y Laureano emprendieron su vida en la casa natal y la mantuvieron hasta que descubrieron las ventajas que ofrecían las nuevas viviendas. Recuerdo la entrada al taller, posteriormente a la izquierda estaba la escalera de acceso a las habitaciones y enfrente la cocina con una gran mesa que servía no solo para las grandes ocasiones, sino que era el punto de encuentro diario de toda la familia. Arriba había una gran galería desde cuyos ventanales podías ver los árboles del Prau Marqués. 

Por aquellos tiempos en que los pantalones cortos todavía dejaban ver mi delgada apariencia nos juntábamos casi todos, Amelia, Laureano, Juan, Lola, Luis, Ana, mis padres Matucha y Manolo, mi princesa Laura, las primas de enfrente Mª Carmen, Marga, Luisa y Pepa, mi hermana Mimi, y en la cuna, Pilarina mi prima más pequeña (ahora convertida en una hermosa mujer).

No había televisión, pero las jotas navarras de Luis, los ripios de Laureano y algún que otro tango iniciado por mi padre que siempre acababa con el mismo estribillo (unas lágrimas en recuerdo de mi abuelo Manolo Tirola), servían de entretenimiento y hacían pasar las horas de una forma agradable esperando con ansias la merienda o alguna que otra tapa preparada con truco y gran destreza por mi tío Laureano. 

A mediados de diciembre ya estábamos pensando todos en el aspecto que íbamos a darle ese año al Nacimiento (ahora Belén), qué figuras nos faltaban y cuándo íbamos a buscar el musgo. Por mí poco peso y mi pequeña estatura me tocaba con gran orgullo colocar las figuras más lejanas en aquél armario empotrado que utilizábamos para tal fin, era una gozada y de ahí me viene esa gran afición que tengo por tal acontecimiento. Jamás podré olvidar momentos tan entrañables.

Saludos.

Miguel Sánchez del Río González-Anleo