sábado, 28 de marzo de 2009

OJO QUE PICAN

El corazón aumentaba de forma inesperada sus latidos cuando veía hundirse unos centímetros la boya de color rojo y blanco que había lanzado con todas mis fuerzas desde el noray del muelle. 

No tenía en esos momentos la mínima paciencia por la espera de la picada, pero con la inquietud que me caracterizaba, levantaba rápidamente la sencilla caña de bambú, y en su anzuelo venía prendido un hermoso pancho. Así uno tras otro hasta que decidía responsablemente que el día de pesca había concluido. 

La cena estaba asegurada y cargabas con orgullo la cesta de mimbre con olor a ocle y mar para ofrecerla sin ánimo de lucro a mis padres esperando simplemente una sonrisa y unas palabras de aliento que confortaban mi pertinaz afición. 

Eran tiempos en los cuales todavía la ría mantenía en sus cristalinas aguas una variable fauna marina de inquilinos como panchos, salmonetes, maragotas, roballizas, fañecas, muiles y un montón de escurridizas anguilas que no eran de mi gusto, pero calmaron el hambre de muchos inmigrantes que por aquella época ocuparon Avilés en busca de un honrado puesto de trabajo. 

El cebo era autóctono, fácil de conseguir y económico. Quizás la exquisitez de la siorra del playón, la transparente esguila, los restos de anchoa que comprábamos en la conservera, o el propio corazón de bonito cortado en minúsculas porciones, eran las razones por las cuales casi siempre teníamos tanta suerte en las capturas.

Actualmente nada es igual, la falta de conciencia de la industria y nuestra propia escasez de espíritu medioambiental, acabaron con algo tan vital que se ha ido incrementando hasta poner en peligro nuestra propia supervivencia. 

Ahora los que picamos somos nosotros, y nos enganchamos sin elección al anzuelo más apetitoso, el consumismo. No nos preocupa la calidad del cebo, hay múltiple variedad y encima gratuito. La publicidad falsa incontrolada y las variadas marcas entran por nuestros ojos con tanta facilidad que no te das cuenta de los perjuicios que ocasionan, no sólo en el bolsillo, sino en las consecuencias finales que conlleva tanto la producción excesiva, como la explotación sin control de las materias primas.

Cuando éramos niños nuestro objetivo era la calidad y no la cantidad, pero ese ideal se ha ido deteriorando con tal aceleración que, a pesar de tenerla presente en todos los procesos de producción y ser imprescindible su implantación para poder sobrevivir, la hemos obviado de nuestra propia vida cayendo en la trampa de nuestro propio cebo.

A pesar de que los días tienen veinticuatro horas, el factor tiempo que hoy impera en nuestra sociedad nos impulsa a consumirlas de tal forma que nos impide realizar con naturalidad hábitos de un consumo responsable, como tener la posibilidad de ir caminando al trabajo, elaborar nutritivas recetas a fuego lento, conciliar con facilidad la vida laboral y familiar, mantener prolongados coloquios con los amigos, y así una interminable lista. 

¿Existen realmente remedios para disfrutar de una mejor calidad de vida y evitar una gran parte del consumismo irresponsable?, algunos proponen con gran facilidad una mejor gestión del tiempo y los recursos, otros proclaman a viva voz llamándolo moda y se quedan tan tranquilos, otros se han dado cuenta tarde de aplicar medidas preventivas para paliar el problema. 

Lo cierto es que existe mucha dificultad para encontrar soluciones maestras y picamos como un ingenuo pez en el endiablado anzuelo del consumo y de las medias verdades.

Saludos.

Miguel Sánchez del Río González-Anleo