El Puerto Llampero pertenece al Concejo de Gozón y a la localidad de San Martín de Podes. Para poder acceder a él, es necesario adentrarse a través del peculiar restaurante del Molín del Puerto, construido a partir de un antiguo molino cuyo riachuelo aprovechaban para enfriar la sidra a su paso por un canal.
Conserva también los restos de una antigua cetárea que nos servía de puesto para desde allí lanzar nuestras boyas para pescar los sabrosísimos corcones, peces de tamaño pequeño semejante a los bocartes y cuyo procedimiento de captura era similar a la pesca de panchos en la ría de Avilés. El lugar se aprovechaba también para el refugio de algunas barcas.
Una década atrás, mi vecino de enfrente Jorge Galán, nos llevo a mí y otros amigos de excursión el día uno de enero con la intención de bañarnos en aquella agua transparente, pero fría como un demonio. Fue una experiencia maravillosa, nunca podré olvidar ese día.
Ese rincón escondido en el litoral de nuestra tierrina, muestra una vez más lo orgullosos que podemos estar todos los que vivimos en este pedazo de paraíso natural que debemos cuidar y darle con el paso del tiempo el incremento de belleza que se merece.
Posteriormente a la finalización de la panera, no paramos de iniciar nuevos proyectos que surgían del cerebro de Pucho y ocupaban nuestro tiempo libre en trabajos manuales y posteriormente en agradables descansos.
Construcción de una peculiar lancha de fibra de vidrio y polyester que ocasionó muchas transformaciones, pero suficiente marinera para salir a pescar hasta la Herbosa y desde aquellos peñascos lograr buenos xargos y maragotas. Por cierto la lancha se llamaba Roy, igual que un maravilloso bóxer que había en la familia.
Luego vinieron la cueva para guardar la sidra y el vino a su temperatura ideal, un horno cerámico traído de Zamora y que estrenamos con el asado de un gran pavo.
Uno de los proyectos que no salió como queríamos fue el poder fabricar licor de sidra. Todo partió de una receta que publicó en La Nueva España un ingeniero belga que había trabajado en la Fábrica de armas de Oviedo. No puedo olvidar el procedimiento empleado. Partimos de un alambique de cobre que nos fabricaron en una factoría de Avilés. Posteriormente, se llenaba de una capa de magaya de manzana y otra de paja, así hasta llenarlo. A continuación lo poníamos al fuego y a esperar. Al cabo de un tiempo empezó a salir un liquido incoloro parecido al aguardiente, pero su sabor era similar a la gasolina. A partir de ahí, ya no recuerdo si se hicieron más ensayos.
Uno de los trabajos más emocionantes y más recompensados, se producían algunos sábados por la tarde al obscurecer. Nos juntábamos en el bar y sobre las ocho de la tarde salíamos a echar las nasas al mar, luego las recogeríamos a las diez de la noche y mientras pasaban esas dos horas las dedicábamos a charlar y beber unos cubatas con buen ron y en vaso de sidra.
Pasado el tiempo, íbamos a recoger las nasas y al retirarlas te llevabas la gran sorpresa de lo que traían en su interior: centollos, nécoras, algún bogavante y hasta pulpos entraban por aquel agujero. Era mi querida prima Laura la que el domingo preparaba una gran paella impresionante que agradaba a cualquier paladar que por allí pasaba. Los hermanos Harrys y alguno más siempre venían a echar una mano y nos acompañaban en esos tiempos de juventud que nos traen muy buenos recuerdos, y fuimos testigos presenciales que las rocas del Molín estaban llenas de llampares, bígaros, y marisco a esgaya, a pesar de todos los residuos, en principio inertes, que tiraba al mar la fábrica de Ensidesa en la zona de Cabo Negro. ¿Qué ocurre ahora que está todo esquilmado?.
En éste último tema, es mi obligación recordar a todos los ciudadanos que la mar es para sus habitantes, y no podemos contaminarla nosotros que encima nos
aprovechamos sus recursos.
Saludos
Miguel Sánchez del Río González-Anleo