
Los expertos financieros, no los cantamañanas, proponen congelar las inversiones esperando a mejores tiempos y cuidar con más esmero nuestras infraestructuras, es decir, lo que ya tenemos y que tanto nos ha costado alcanzar. No será mejor para todos pensar en ¿Cómo, y con qué vamos a poder mantener lo que ya tenemos en nuestro patrimonio?.
No será más coherente dar trabajo a quien no lo tiene dedicando ese esfuerzo para cuidar el aspecto y garantizar la eficacia para lo cual fue diseñado, o preferimos abandonar por falta de recursos financieros todas las mejoras que hemos construido y puesto al servicio del ciudadano.
Reflexionar unos instantes sobre la propuesta, pues todavía estamos a tiempo. Por los años sesenta, cruzar el margen derecho de la ría estaba a tiro de piedra, y además resultaba muy económico, bien fuese para trabajar en las canteras o disfrutar de un maravillo día estival en la playa de San Balandrán cargados de bolsas con la comida (el vino y la gaseosa tenías que consumirla en el merendero).
Para ello, nada más fácil que acercarte al muelle de raíces y embarcarte en la motora “Carmen Pola”, patroneada por José Benjamín Velilla y su marinero Panizo, de los cuales tengo verdaderos recuerdos, en especial de Panizo con el cual tuve la satisfacción personal de aprender a fabricar aglomerado en frío en la planta que mi abuelo Miguel tenía en San Juan de Nieva.
El viaje hasta la playa era un crucero extraordinario, la proa era un lugar privilegiado para tomar asiento y sentir durante la travesía el aire, el olor a yodo, y con un poco de esfuerzo tocar con los dedos el suave tacto de la mar comprobando su tibia temperatura la cual anhelaba tu inmediato chapuzón al terminar el corto trayecto.
La estancia en San Balandrán siempre se te hacía corta, primero por tener que hinchar el flotador, después por el baño hasta que los dedos te quedaban arrugados, más tarde castillos en la arena, luego a coger cangrejos a los bloques de hormigón, a continuación la prolongada comida, puesta a cero del reloj para cumplir con exactitud las dos horas de digestión para un segundo baño y cuando te dabas cuenta ya estabas de vuelta otra vez a casa.
Total, cruzar la ría (ida y vuelta) y pasar esos maravillosos días fueron ventajas que hemos perdido con el paso del tiempo y cuya recuperación nos costará tiempo y dinero. San Balandrán siempre estará a tiro de piedra de todos los que como yo conocimos sus encantos.
Saludos.
Miguel Sánchez del Río González-Anleo