Hubo un tiempo en que la Península Ibérica podía ser recorrida por una ardilla de Norte a Sur y de Este a Oeste a través de las ramas de los árboles.
Hoy nos parece absurdo que tal desplazamiento fuera posible, sobre todo si enfocamos nuestra imagen hacia las extensas llanuras de Castilla, Almería o los Monegros, pero realmente si pudo ser cierto y todavía conservamos numerosos vestigios de ello.
Muchas son las razones que motivaron la deforestación de una gran superficie de suelo difícil de repoblar que se fue transformando en piedras y barro en consonancia con las incesantes conquistas que el hombre fue realizando a través de los años.
Los devastadores incendios naturales por un lado, los provocados con motivo de la explotación agraria y ganadera, la tala incontrolada para la construcción de barcos destino a la numerosa Armada Invencible, cambios climáticos, y guerras continuas sin piedad, transformaron el paisaje hasta llegar a nuestros días.
Hoy seguimos cometiendo los mismos errores a pesar del gran esfuerzo de unos pocos por querer mantener un sello de identidad de Paraíso Natural. Todo tiene un límite, no podemos tolerar acciones indiscriminadas que pongan en peligro las pocas existencias de algo que nunca hemos sido capaces de conservar. Y que nadie se rompa las vestiduras declarándose defensor y predicador a estas alturas, pues hemos sido todos sin exclusión, los participantes de la decadencia de una gran parte de nuestra propia naturaleza.
¿Cómo podemos sentirnos los que de alguna forma hemos sido compañeros infatigables del paisaje natural de nuestro entorno?, pues francamente avergonzados de no haber podido participar en acciones capaces de evitar las barbaridades que se han cometido. Aún así, en lo que a mí respecta, todavía me queda la esperanza de poder, con mis actitudes, seguir defendiendo la afición que siempre he tenido hacia la montaña y por supuesto el senderismo.
No es cuestión de poseer la agilidad de un animal volador para poder disfrutar del paisaje, ni tampoco nuestro cuerpo está ya para culminar altas cumbres, pero la solución está en disfrutar de las encantadoras sendas que todavía están al alcance de todos.
Caminar es saludable para el corazón y para el bolsillo, solo es necesario un buen calzado y una gran voluntad. Tampoco es cuestión de flagelarse recorriendo cientos de kilómetros para cumplir con el Año Santo; estoy seguro que si echáis un vistazo a vuestro plano comarcal o una simple consulta en la oficina de Información y Turismo más cercana, os presentarán rutas verdaderamente interesantes.
Dentro del ámbito de Asturias destacan especialmente la del Cares, del Oso, y las Xanas, pero yo siempre digo lo mismo, tenemos más que granos de maíz.
Comparativo que no os debe parecer exagerado, dado que cada año recorro unas cuantas y me considero un alevín, a pesar de que ya no soy un guaje.
En esto del paisaje me gustaría tener un poco más de contacto con mis sobrinos Susana y Fernando para que me describiesen con todo detalle que se aprecia desde ese espectacular aparato volador llamado parapente, aunque yo personalmente prefiera ponerme las botas para caminar y tensar las velas para navegar.
Saludos.
Miguel Sánchez del Río González-Anleo