viernes, 3 de abril de 2009

MI TÍA LEO

Si pudiéramos rebobinar de una forma sencilla la película que hemos ido impresionando a través de nuestra retina, y siendo nuestros ojos la cámara que retuvo las imágenes de todos aquellos buenos momentos que sucedieron a lo largo de nuestra vida, nos daríamos cuenta que hemos sido espectadores y actores de un fascinante film cuyo final ha sido siempre decisión exclusiva de nuestro propio destino.

En este contexto, mi tía Leo se llevó siempre el galardón a la mejor actriz, pues no solo desarrolló el papel de mejor esposa, sino que de fenomenal madre y un caso especial con sus invitados y familiares. 

Si hacemos una pausa en las imágenes que por aquella época mantenía Moreda (Asturias) con su poderío de ciudad minera, recuerdo que mi inoportuna enfermedad llamada tos ferina me obligó a visitar dicho pueblo para intentar su cura con viejos remedios caseros que consistían en aspirar durante unos horas los vapores que producía la extracción del negro carbón en la bocamina. 

Cual sería mi fortuna que, no solo erradique rápidamente mi problema, además tuve la oportunidad de convivir por unos días con una gran familia cuyos protagonistas no puedo olvidar a pesar de que mi caída por una escalera de piedra en casa de Socorro me supuso cinco puntos de sutura en mi cabeza.

Manolo, trabajador incansable en la imprenta Muela, mí querida tía Leo, mis primos Asterina y Ramón me cuidaron con esmerado cariño. Si eliminamos la pausa, nos trasladamos en un santiamén al vetusto Vegadeo (Asturias) cuyo desplazamiento de la familia significó un gran coraje y toma decisiones importantes para todos.

El comienzo fue duro, la continuidad de la imprenta supuso un gran esfuerzo y todavía me acuerdo de los trabajos complementarios que suponía tener que pegar cada noche los capuchones impresos de las botellas de gaseosa. 

Leo aguanto eso y mucho más, pero la marcha de su hija Asteri, una gran profesional de la costura hacia la capital de España, y la falta repentina del bonachón de Manolo, marcaron sin duda huellas imborrables en su rostro que todavía la forjaron más invencible. 

En compañía de su querido hijo Ramón, gran coleccionista de programas de cine, acérrimo seguidor del Athletic de Bilbao y compañero inseparable de sus amigos, vivieron años felices cuyo amor y atenciones sin límite hacia los demás lograron retener sus nombres permanentemente en nuestra memoria. 

Sus interminables conversaciones de elogio hacia toda la familia en la hermosa galería acristalada todavía susurran en mis oídos. Vegadeo siempre tendrá para mí imágenes imborrables que son la cuesta arriba hacia la casa de Leo, el restaurante el Avión donde pasamos inmejorables momentos, y por supuesto mis primos Asteri y Ribera cuya presencia asegura el futuro de un pasado inolvidable.

Saludos.

Miguel Sánchez del Río González-Anleo