Desde el confinamiento provocado por la pandemia del Covid'19, el pueblo, o sea nosotros, hemos llenado nuestros espacios de tiempo libre en realizar múltiples tareas capaces de reflexionar, analizar y desarrollar propuestas de mejora dirigidas a todas aquellas calamidades que, sin llegar a ser verdaderos estudios científicos, iban dirigidos a intentar solucionar o al menos aliviar problemáticas comunes que nos venían afectando en el pasado.
Si os fijáis, en todos los acontecimientos negativos recurrentes que han ocurrido en lo que llevamos de siglo en nuestro País, ningún Gobierno que nos ha representado, el cual debería haber intentado cumplir con las decisiones colectivas adoptadas por el pueblo mediante mecanismos de participación directa o indirecta que confieren legitimidad a sus representantes, han sido capaz de eliminarlos.
Nuestros dirigentes, o sea el Gobierno, se ha ocupado en exclusiva en intentar llenar de tornillos sus asientos para impedir su salida por otros cuyo objetivo siempre es el mismo, eliminar lo que el anterior ha configurado e implantar de forma exprés, leyes, decretos, estatutos y todo aquello que el pueblo, o sea nosotros, no decidimos al menos en primera urgencia.
Que venimos observando cada año cuyo efecto repite más que el repollo: el paro, la economía, la corrupción, la violencia de género, las pensiones, la independencia de Cataluña, los políticos, la vivienda, la inmigración, la sanidad, la guerras, los okupas, los impuestos, los incendios de nuestros bosques, etc.
Bueno amigos, pues ahora nos ha salido otra preocupación que podemos añadir a la lista anterior, pero esta es cíclica y puede que algún año nos deje un poco tranquilos, aunque con lo del cambio climático ya se ha convertido en algo mucho más alarmante. Me refiero a la sequía, la cual puede traer consigo su principal efecto que es el hambre y la sed, y en su última consecuencia, la muerte, tanto de animales y plantas, o inclusive, de seres humanos.
No exagero, sus efectos se perciben en la economía, pérdida de cosechas, ganado, disminución de producción industrial, reducción del poder adquisitivo de la población, migración obligada de la fuerza laboral hacia otras regiones menos afectadas y por supuesto un retroceso en el nivel de vida del pueblo, o sea, nosotros.
La sequía trae consigo daños secundarios como los incendios forestales, aceleración de la erosión de los suelos y cambios de aspecto del medio ambiente. A pesar de todo esto, a nuestros dirigentes, o sea, al Gobierno le preocupan mucho más otras prioridades que son objeto de su permanencia en sus sillones.
No saquéis procesiones ni bailéis como los indios a la espera de la lluvia, el cambio climático es una realidad y a pesar de tener unos buenos meteorólogos/as, eso no cambiará nada. Tenemos que tomar medidas de primera urgencia capaces de cortar el problema por su raíz.
Realizar un mapa geográfico de dónde se encuentran las zonas conflictivas, dejar dejar de escapar el agua al mar, plantar productos de bajo consumo de agua y fomentar el riego "gota a gota", aplicar la tecnología avanzada a los sistemas de regadío, eliminar todas las fugas de canalizaciones obsoletas, evitar consumos de agua inadecuados, elaborar nuevos algoritmos capaces de resolver los trasvases entre comunidades. Hay que olvidar llenar las piscinas privadas y mantener aquellas imprescindibles para la salud del ser humano, las demás fueron copiadas de las albercas para elaborar el azúcar en Méjico. Hay países que bombardean las nubes en primavera para obtener agua que luego purifican.
El Agua es un recurso natural que se agota por el crecimiento de la población y el cambio climático, es la triste realidad, algunos comentan que será el petróleo del futuro. Yo quiero ver mi Asturias con verdes prados donde pueda pastar el ganado y seguir celebrando nuestras romerías, también quiero ver crecer los robles, castañales y por supuesto las pomaradas cargadas de manzanas para seguir degustando nuestra sidra. Aguas cristalinas en nuestros ríos con truchas y salmones y por supuesto seguir disfrutando de nuestra variedad de legumbres y verduras que nos garanticen una supervivencia eterna.
Amigos míos, o sea, todos. Pensar en el sentido común y cuando nos caiga el orbayo sobre nuestros paraguas, apartarlos, mirar al cielo y dejar que esas finas gotas de agua os hagan disfrutar de ese recurso con alegría y pedir que nunca se acabe por el bien de todos nosotros.
Saludos
Miguel Sánchez del Río González-Anleo