Explicar al ciudadano de a pie una situación como en la que estamos inmersos siempre ha sido un compromiso difícil de afrontar. La palabra crisis tiene muchas definiciones, pero en concreto la económica se especifica como una situación caracterizada por la sobreproducción de mercancías, el descenso de los precios, la penuria de pagos y la bancarrota. A partir de aquí, cada uno la hacemos propia y la identificamos en función de la parte que nos corresponda.
Lo que si todos tenemos más o menos claro es que producimos más de los que precisamos, y es ahí dónde nos aprieta el zapato. Y nunca mejor dicho, pues la persona que actualmente nos dirige muestra signos de que nada nos hace daño.
Comprometido es también explicarle al vaquero del puerto de Mieres que sus terneros ya no tendrán el mismo precio y sus ganancias se verán disminuidas en un treinta por ciento durante este periodo, pero todavía es más complicado hacerle comprender al soldador, tornero o camarero que su situación laboral pasará de la actividad explosiva de las horas extras a un ERE (expediente de regulación de empleo) temporal o definitivo que impactará de lleno en su salario haciendo un boquete en su línea de flotación capaz de hundir al mejor barco blindado de la armada real española.
El resultado final es el mismo, unos podrán sobrevivir intentando convencernos que la calidad de los terneros no tiene precio, y aquellos que puedan adquirirlos salvarán durante unos meses las expectativas de unos, ignorando la difícil situación de todos los demás.
Por otro lado, otros se verán inmersos en graves problemas en los cuales los gastos son mayores que los ingresos, y además su situación se agrava cuando no les permiten tolerancia alguna a la hora de afrontar sus deudas, ingresando en la lista de morosos, embargos y otras actuaciones financieras y fiscales capaces de borrar de un plumazo las expectativas de vida y objetivos de las personas cuyo destino les ha nominado con el apellido “trabajador”, y les ha educado en la actividad del consumo (que en latín también significa destruir).
Para los que estamos anclados en el tiempo en el que comer una manzana autóctona significaba imaginar todo su proceso, desde su recolección en Candamo hasta su compra en el puesto de la plaza, es difícil comprender la razón por la cual se plantan kiwis en Asturias, se cosecha tempranillo en Chile y consumimos a diario piñas de Tailandia para eliminar las grasas de alimentos que ingerimos en exceso. Promover el consumo y la producción de productos elaborados o fabricados fuera de nuestras fronteras con el único objetivo de la rentabilidad, puede ocasionar graves conflictos e incluso llegar a romper los eslabones de una cadena llamada “sentido común”, cuyos primeros síntomas ya estamos apreciando.
Dicen que la avaricia rompe el saco, y eso es precisamente lo que ocurre; gobiernos mal encaminados y entidades bancarias con un alto índice de egoísmo nos han puesto en peligro y en fila de a uno a todos los que intentamos hacer un poco mejor las cosas. Eso sí, esta pandilla de cagabandurrias sin escrúpulos que han elegido el momento oportuno para llegar a esta situación, serán también quien nos saquen del apuro cuando ellos lo consideren oportuno y hayan enriquecido un poco más sus arcas.
Mientras, los que todavía soñamos por un sostenible, apostamos por la justa producción, justo consumo, y trabajar a tope para buscar soluciones capaces de evitar situaciones de riesgo como las que estamos padeciendo.
Saludos
Miguel Sánchez del Río Gonzalez-Anleo