
La escuela de la vida también te enseña de forma gratuita, y sin darte cuenta, lecciones que se transmiten a través de generaciones, no solo con ánimo de conseguir un ejemplo de continuidad, sino que son el espejo y el propio filtro de aquello que verdaderamente deseas almacenar y posteriormente comunicar entre los seres más queridos.
Todas las escuelas y universidades por las que he pasado tenían un gran patio donde disfrutábamos de los juegos más variados de nuestra época, pero lo curioso del caso es que el patio que guardo en mis recuerdos, aunque pequeño, no estaba frecuentado por alumnos, sino por profesionales maestros los cuales eran protagonistas de una verdadera escuela de artes y oficios.
Cuando llegaba el buen tiempo era habitual encontrar cada tarde a Juan y a Lola en el patio de mi tía Amelia. Lola refunfuñaba por las lecciones magistrales de su marido, pero Juan que estaba orgulloso de su oficio de herrero, disfrutaba explicándome, paso a paso, como se fabricaban en la fragua las mejores hachas y cuchillos de Asturias. Con él aprendí mi primera lección sobre el acero y nunca olvidaré sus fundamentales consejos. Mientras me fijaba con atención en la reproducción de los hermosos conejos que allí se criaban con esmerado cuidado, también escuchaba como Aquina me enseñaba la práctica del cepillado de dientes en el grifo del patio, hábito de higiene que yo no era capaz de adquirir y que me sirvió de ejemplo para el resto de mi vida.
Poco más tarde, aparecían Luis y su sobrino Pepe, explicándome con gran maestría la caza de la arcea y la perdiz, deporte que no he practicado por mi sensibilidad hacia los animales, pero que disfrutaba solo con escuchar sus entusiasmadas narraciones.
El maestro de la comida económica y rápida era mi tío Laureano, pues con unas simples tripas de calamar que aparecían por arte de magia como restos de la mañana, cocinaba unas exquisitas rabas que mi padre calificaba de “cojonudas”.
En lo que se refiere al arte de la pesca en la mar la lección era exclusiva de la pareja Manolo & Laureano, cuyas hazañas y trofeos eran por todos conocidos; algunos siempre preguntaban con asombro cual era la técnica aplicada, pues desde su puesto de pesca en el Arañón, un objeto volador no identificado pasaba frecuentemente de mano en mano y era visualizado desde el muro de San Juan de Nieva por todos los transeúntes. Amelina, conocedora de todos sus trucos, revelaba el gran secreto y explicaba con todo detalle que se trataba de una hermosa bota de vino cuyo contenido animaba tanto a los pescadores como al pescado.
Las técnicas de cómo arrebatar con destreza el sabroso salmón y las deliciosas truchas al turbulento río correspondían a Luis, sus lecciones y habilidad llegaban a tal extremo que cada temporada degustábamos el sabroso campanu preparado por mi tía Amelia, experta en la elaboración de guisos de pescado y deliciosos postres que eran el agrado de todos y cuyas lecciones aplico con rigor día a día.
Recuerdo también algunas clases de símbolos rarísimos que manejaban mis primas para escribir, llamado taquigrafía, y que hoy en día me gustaría recordar para suplir los horrendos signos que hoy se emplean en la comunicación de los móviles. Como complemento a mis enseñanzas siempre tenía a mi disposición la enciclopedia Álvarez y las cartas de mi bisabuelo cuando estuvo en la guerra de Cuba.
Nuestros primeros maestros son el hilo conductor de lo que realmente somos en el futuro y merecen mi mayor reconocimiento. Yo estoy muy orgulloso de haber recibido, sin darme cuenta, mis primeras lecciones que transmitiré con el mismo entusiasmo a mis nietos cuando la oportunidad me lo permita.
Saludos
Miguel Sánchez del Río González-Anleo
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