sábado, 25 de abril de 2009

LAS PIEDRAS TAMBIÉN HABLAN

Hace unos ocho años me regalaron un trozo de pizarra extraído de uno de los Castros ubicados en las prominentes laderas muy cerca de los montes de Anleo. Sin darme cuenta, lo guarde en el fondo del cajón de mi mesita de noche, y allí aguantó el paso del tiempo hasta que una noche larga de invierno, en la que las píldoras para dormir habían perdido su poderío y el silencio era mi compañero, entonces empecé a sentir ruidos extraños sin saber de dónde procedían. 

Los sonidos se transformaron rápidamente en murmullos y en pocos minutos me encontraba inmerso en una aventura verdaderamente fascinante, pudiendo apreciar con todo detalle como una canoa de piel curtida y cosida a mano subía río arriba a golpe de cuatro remos cuya intensidad mostraba prisas en los que la hacían navegar. ¡¡Virio!!, gritó con fuerza unos de los remeros, ya estamos llegando, y en breves instantes atracaron la canoa en la orilla intentando ocultarla con algunos arbustos.

Virio, Carisio, Penteo y Segeo subían por la colina apartando las ramas de los ablanedos cuya frondosidad impedía divisar las proximidades del Castro. El vigía detecto rápidamente la presencia de los intrusos y avisó sin demora con imitaciones de extraños rugidos a todo el poblado. 

En ese momento los viejos del lugar estaban reunidos preparando con sumo detalle la boda de Ducia con Virio. Eran tiempos duros, cargados de inseguridad por los persistentes ataques que los romanos acometían en busca de recursos humanos para trabajar en las auríferas minas. 

Así todo, los astures luchaban con todas sus armas para evitar la esclavitud y mantener sus costumbres. Ducia colocaba con suma delicadeza en su frente una diadema de oro y piedras de azabache que no se dio cuenta de la llegada apresurada de Virio, el cual entró en el edificio hecho de pizarra y barro con tanto ímpetu que se llevó por delante el bonito sayo teñido con helechos y espliego que había confeccionado su madre para la futura novia.

Virio le comentaba casi sin aliento que los romanos estaban muy cerca y pensaban atacar el poblado esta misma noche, lo cual conllevaba la evacuación inmediata y huida hacia las montañas. No había tiempo que perder, Virio intentaba explicarle que además de su futuro estaba en peligro su propio lenguaje, su religión y la propia economía que disponía la región. 

Ducia comprendió rápidamente las explicaciones de Virio y hablaron con el consejo, los cuales decidieron sin más espera huir hacia los montes abandonando el Castro. La noche fue larga y penosa a través de las montañas, y la copiosa lluvia que los acompañó en todo ese camino no cesó en ningún instante. 

A la mañana siguiente todo parecía distinto, llegaron a un claro del bosque desde donde se divisaba la gran ría, bonito lugar para edificar un nuevo Castro y disfrutar de una nueva vida. Unos se encargaron con sus dardos envenenados con tejo de cazar dos formidables corzos que sirvieron para dar las gracias a los dioses y servir como banquete de una unión capaz de comenzar un nuevo reto y dar continuidad a nuestra propia identidad. 

A las siete sonó el despertador y nunca más he tenido noticias de Virio y Ducia. Es posible que nuestros antepasados hayan sufrido persecuciones, atrocidades, y hayan tenido que estar en alerta, pero no creo que exista mucha diferencia con los tiempos de hoy. El caso es que nunca estamos tranquilos y quizás dentro de poco encontremos una explanada donde poder asentarnos.

Saludos.

Miguel Sánchez del Río González-Anleo

1 comentario:

Unknown dijo...

Verdaderamente, querido cuñado, desconocía tu "vena" novelesca y más aún, si cabe, de tu condición de druida.
Pués bien, amigo, los astures somos dignos de ser tenidos en cuenta como un pueblo luchador, amante de hadas, engüentos, etc. y,por qué no decirlo, seres mitológicos.
La mitología forma parte de nuestro espíritu e idiosincrasia como nación celta. Hay quedan jornadas y festivales celtas celebrados en nuestra Villa como prueba de que, pese al poderosísimo Imperio Romano,los astures opusimos resistencia a Roma como arma intrínseca nata. Pese a ello, como en muchos otros casos a lo largo de la historia, al final hemos sucumbido al poder de la civilización y el derecho romano(sic)y, aún así, ASTURIAS, sigue guardando su poder como ariete de lo celta y mitológico.
Sigue así, querido amigo, y que la niebla que se extiende por las campiñas astures no nos deje ver la realidad del resurgir de los astures.