domingo, 21 de diciembre de 2008

EL HORNO NO ESTÁ PARA BOLLOS.....

Nada está en su sitio, nada se parece a su estado natural, lo que ayer era blanco hoy es gris o negro, alguien se está preocupando de mover los hilos de tal manera que todo parece transformado. El mundo gira a la misma velocidad, pero en su superficie algo se está alterando de una forma imprevisible, saltándose todas las leyes y normas provocando la incertidumbre y el asombro de todos los que siempre hemos pensado que antes del diez viene el nueve. Las tradiciones respetaban escrupulosamente nuestros gustos y los de nuestros antepasados, transmitiéndose sin pagar derechos de autor todo aquello que representaba los valores intrínsecos de las personas y cosas. En la actualidad, a pesar de tener las herramientas necesarias, no somos capaces de utilizarlas de una forma coherente, bien por falta de formación, bien por no haber leído antes las instrucciones, o por que todo corre tan deprisa que unos minutos antes ya nos sentimos analfabetos de lo que los ingleses llaman el presente continuo. Años atrás todo se respetaba y se transmitía de tal forma que se iba cumpliendo cada fase como si de un procedimiento escrito se tratase. Por ejemplo, cuando éramos unos críos, para degustar un buen pan primero apreciabas su olor a lo largo de toda la calle, tras su demanda en la panadería pagabas su precio justo, a continuación palpabas su esmerada elaboración, poco después degustabas su inigualable sabor, y por último, aplicando un consumo sostenible almacenabas el sobrante en la panera para el resto de la semana, permaneciendo éste con paciencia, inalterable hasta el momento de su consumo. Hoy lo ingerimos semi congelado, no tiene olor, poco sabor, lo podemos comprar en la gasolinera y hasta lo hemos bautizado con peculiares nombres. Ahora lo llamamos baguette, chapata, y pan integral, nada que ver con los bollos de cuernos, richis, y hermosas hogazas que se elaboraban en las panaderías del Chato, Lalo y los Americanos, pasando por el pan que, procedente del occidente de Asturias, acompañaba en sus exquisitos platos el mesón de Antonio y la pulpería Gallega, presentándolo en primer lugar para ir haciendo boca. Recuerdo todavía el sabor del pan que, en abundancia, siempre nos ofrecía mi tía Leónides en Vegadeo, cuyo sabor competía con la suculenta empanada de Aguiyolos y la torta de roxoes que siempre nos ponía de postre. Los hornos de leña han ido desapareciendo en las últimas décadas sin darnos cuenta que sus sustitutos, los eléctricos y la propia conservación del pan por congelación, ha conllevado cambios bruscos de una simple receta “Harina, levadura, agua y sal” cuya elaboración artesanal no solo suponía placer, sino una necesidad. Hay personas que evalúan la personalidad y categoría de los pueblos por la calidad del pan que allí se elabora. Yo soy uno de ellos, y cada vez que tengo la oportunidad de emprender un viaje, lo primero que hago al llegar a un nuevo pueblo, villa o ciudad es preguntar dónde hay una panadería. Múltiples visitas a éste tipo de establecimientos como los ubicados en La Magdalena, Santa María del Mar o Busdongo me costaron algún que otro disgusto con personas que todavía tienen asociado que el pan es motivo de sobre peso. Nada más equivocado, el buen pan es un alimento que además de su exquisitez y múltiples cualidades, admite en su interior todo tipo de vianda que tengas a tu disposición, y si quieres probar algo excepcional, cierra los ojos, y verás que iguala a cualquier sabor que te puedas imaginar en esos momentos. En Asturias todavía quedan signos de respeto por lo artesanal y buenas prácticas para ese bien de de la naturaleza con el que se elabora el pan, pero no agotemos los esfuerzos y lucha de algunos por mantener sus buenas costumbres pues ahora mismo el horno no está para bollos.

Saludos.

Miguel Sánchez del Río González-Anleo

domingo, 14 de diciembre de 2008

LOS CAÑOS DE LA VIDA

Desde 1815, los caños de Rivero fueron testigo directo del paso de infinidad de ciudadanos, frailes y peregrinos que hicieron uso de sus prestaciones sin darse cuenta que, lo verdaderamente importante, estaba en el significado de su misterioso y fascinante encanto. Es el día de hoy que, unos en su matinal paseo, y otros en su veloz travesía, pasan apresurados con la mirada al frente ignorando la maravilla que arrinconan a su costado. Fuente de piedra de cuatro caños cuyo valor monumental es mínimo, si lo comparamos con sus inexplicables secretos y virtudes extraídas como si de un cuento de Xanas se tratara. En el primer caño el agua calma la sed de la infancia, sofoca la pasión de los juegos, y llena de ilusiones a todos los que allí arriman sus infantiles labios. Los niños que allí nos acercábamos bebíamos de una forma tan espontánea que era difícil darnos cuenta de la majestuosidad del lugar, solo nos importaba apagar de una forma rápida nuestra sed y cruzarlo saltando de poyo en poyo. Por ese motivo, en algunas ocasiones dejamos allí el rastro de nuestras propias rodillas. El segundo es como un imán y atrae a la juventud, su agua mana con tanta fuerza que es difícil concentrarse en deseos y promesas a largo plazo, con lo cual precisas repetir, más de una vez, y esperar sus rápidas consecuencias que seguro llevarás a buen término. En el tercero el agua surte responsable y se encarga de facilitar la energía suficiente para afrontar los retos del futuro. Miles de parejas sellaron así, sin darse cuenta, sus compromisos y bebieron lentamente empapándose del espíritu de la felicidad. El cuarto y último se encarga de hacer fluir su agua lentamente, con tal experiencia que incita a saborear todo lo bueno de este mundo. Si escuchas con atención cuando pasas, su suave y continuo murmullo al contacto con la piedra, te invita a realizar una motivadora parada que te traslada en el pasado y te hace recordar todos los momentos felices transcurridos. Alguien tuvo una vez, la diabólica idea de hacer brotar vino en esos mismos caños sin pensar en sus consecuencias. Proponer esa inoportuna sugerencia denota falta de sensibilidad y conocimientos ante un maridaje inapropiado. De las fuentes solo puede manar libremente el agua, y el preciado vino debe salir a nuestro antojo de botellas, toneles, e impermeables botas impregnadas de buen pez. Pongamos las cosas en su sitio y no rompamos el embrujo y mitología de un lugar extraordinario que por sus caños, a veces, llora con pena por nuestra pasiva ignorancia cuando pasamos a su lado. Suerte tienen mis primos, Pilar y Emilio, de poder disfrutar tan cerca de los caños de la vida, y como dice mi buen amigo Antonio, gran aficionado a todo aquello relacionado con el espiritualismo, algo tendrá que solo fijarse en ello produce fenómenos extraños que se están cumpliendo a lo largo de toda una vida. Lo cierto es que, si nos parásemos a pensar todos los que allí saciamos nuestra sed de una forma u otra, podremos narrar infinidad de anécdotas ocurridas que no tienen explicación. Gracias caños por mantener todavía viva nuestra esperanza y os prometo que, a pesar de mis compromisos, en mi próxima visita vosotros seréis los primeros.

Saludos.

Miguel Sánchez del Río González-Anleo

lunes, 8 de diciembre de 2008

AÑORO TÚ MIRADA

Su mirada me traslada al pasado recordando los maravillosos y felices años que pasamos juntos. Nos separamos en multitud de ocasiones, unas motivadas por los estudios, otras por el trabajo, pero quizás la distancia haya sido el denominador común para resaltar de mi padre sus múltiples e inimitables cualidades.

Su paso acelerado en los momentos álgidos de su vida fue mermado por una incurable enfermedad que acabo postrándolo lentamente en un sillón hasta su inoportuno final.

No tuvo piedad con su voluntad, y como un viejo roble luchó por mantenerse erguido a pesar de los fuertes vientos que le azotaban por la delicada salud de mi querida madre. 

Demostró en cada momento de su vida gran capacidad y empeño por descubrir algo nuevo en todo aquello que estaba a su alcance. Cariñoso con todos, y exigente consigo mismo, faceta que le caracterizaba como miembro de la familia Tirola, me ha servido de ejemplo en múltiples ocasiones.

Recuerdo desde niño su afán por enseñarme todo lo que él había vivido, desde sus bélicas hazañas por tierras catalanas en Mora de Ebro, hasta como conducir su viejo Ford, pasando por exitosas reparaciones de cualquier tipo de mecanismo que caía entre sus manos. 

Su vocación por la innovación le incitaba constantemente a encerrarse en su taller de aficionado dedicando muchas horas al ajuste interminable de vetustos aparatos de radio, y complicados inventos, cuyo resultado final a veces no era el esperado, pero con su esfuerzo y dedicación estaba todo compensado.

Preocupado por todos los acontecimientos que ocurrían relativos a las nuevas tecnologías, se informaba a través de la lectura y la televisión, dónde se producían y cual era su cometido. Recuerdo que, todavía convaleciente de su operación, nos obligó a mi cuñado Paco y a mí, a llevarlo expresamente a una cafetería en el Barrio la Luz con el objeto de ver la primera emisión de televisión en color.

Agnóstico por fuera, y con trazas de creyente en su interior, aceptaba a regañadientes que su hermana Amelia -devota hasta la médula- le aplicara remedios curativos procedentes de La Virgen de Garabandal. Los milagrosos ungüentos solo servían para mejorar su Fe por unos instantes, bajo las risas ocultas que mostrábamos mi hermana y yo cuando nos mirábamos.

Su inmensa afición por la pesca, la música y la mar influyeron en mí, de tal forma, que cada domingo busco su silueta entre los pacientes pescadores de la costa intentando oír entre el murmullo del mar canciones que siempre repetía, y que cuyo comienzo “Adiós lucero de mis noches” y “Adiós muchachos”, eran sin duda el principio de su rápida despedida. 

A pesar del esfuerzo que para él suponía desplazarse, cumplió su objetivo de visitar en ultramar a su querido hermano Fernando, y junto con mi madre disfrutaron de las mejores vacaciones de su vida. 

Tuvo formidables amigos que a pesar del tiempo transcurrido no lo olvidaron ni un instante. Todavía hoy, brindan levantando la copa de buen vino en su nombre, recordando con nostalgia su preferencia por los buenos caldos que siempre impregnaron su paladar.

Sus cuatro nietos Fran, Susana, Daniel e Irene le arrebataron los últimos signos de cariño, disfrutando con ellos como si propiamente de un niño se tratara. Recorrió su último paseo firme y sin tambaleos, y marchó veloz desprendiéndose de su bastón y aligerando progresivamente su paso hacia su querida Matucha. Gracias papá por todos esos grandes momentos que nos hiciste pasar.

Saludos.

Miguel Sánchez del Río González-Anleo

sábado, 6 de diciembre de 2008

LECCIONES DE INFANCIA

Cuando eres un niño absorbes, igual que una esponja, todo aquello que ves, oyes, y observas en los diversos escenarios por los cuales discurre tu corta infancia.

La escuela de la vida también te enseña de forma gratuita, y sin darte cuenta, lecciones que se transmiten a través de generaciones, no solo con ánimo de conseguir un ejemplo de continuidad, sino que son el espejo y el propio filtro de aquello que verdaderamente deseas almacenar y posteriormente comunicar entre los seres más queridos. 

Todas las escuelas y universidades por las que he pasado tenían un gran patio donde disfrutábamos de los juegos más variados de nuestra época, pero lo curioso del caso es que el patio que guardo en mis recuerdos, aunque pequeño, no estaba frecuentado por alumnos, sino por profesionales maestros los cuales eran protagonistas de una verdadera escuela de artes y oficios. 

Cuando llegaba el buen tiempo era habitual encontrar cada tarde a Juan y a Lola en el patio de mi tía Amelia. Lola refunfuñaba por las lecciones magistrales de su marido, pero Juan que estaba orgulloso de su oficio de herrero, disfrutaba explicándome, paso a paso, como se fabricaban en la fragua las mejores hachas y cuchillos de Asturias. Con él aprendí mi primera lección sobre el acero y nunca olvidaré sus fundamentales consejos. Mientras me fijaba con atención en la reproducción de los hermosos conejos que allí se criaban con esmerado cuidado, también escuchaba como Aquina me enseñaba la práctica del cepillado de dientes en el grifo del patio, hábito de higiene que yo no era capaz de adquirir y que me sirvió de ejemplo para el resto de mi vida. 

Poco más tarde, aparecían Luis y su sobrino Pepe, explicándome con gran maestría la caza de la arcea y la perdiz, deporte que no he practicado por mi sensibilidad hacia los animales, pero que disfrutaba solo con escuchar sus entusiasmadas narraciones. 

El maestro de la comida económica y rápida era mi tío Laureano, pues con unas simples tripas de calamar que aparecían por arte de magia como restos de la mañana, cocinaba unas exquisitas rabas que mi padre calificaba de “cojonudas”.

En lo que se refiere al arte de la pesca en la mar la lección era exclusiva de la pareja Manolo & Laureano, cuyas hazañas y trofeos eran por todos conocidos; algunos siempre preguntaban con asombro cual era la técnica aplicada, pues desde su puesto de pesca en el Arañón, un objeto volador no identificado pasaba frecuentemente de mano en mano y era visualizado desde el muro de San Juan de Nieva por todos los transeúntes. Amelina, conocedora de todos sus trucos, revelaba el gran secreto y explicaba con todo detalle que se trataba de una hermosa bota de vino cuyo contenido animaba tanto a los pescadores como al pescado. 

Las técnicas de cómo arrebatar con destreza el sabroso salmón y las deliciosas truchas al turbulento río correspondían a Luis, sus lecciones y habilidad llegaban a tal extremo que cada temporada degustábamos el sabroso campanu preparado por mi tía Amelia, experta en la elaboración de guisos de pescado y deliciosos postres que eran el agrado de todos y cuyas lecciones aplico con rigor día a día.

Recuerdo también algunas clases de símbolos rarísimos que manejaban mis primas para escribir, llamado taquigrafía, y que hoy en día me gustaría recordar para suplir los horrendos signos que hoy se emplean en la comunicación de los móviles. Como complemento a mis enseñanzas siempre tenía a mi disposición la enciclopedia Álvarez y las cartas de mi bisabuelo cuando estuvo en la guerra de Cuba. 

Nuestros primeros maestros son el hilo conductor de lo que realmente somos en el futuro y merecen mi mayor reconocimiento. Yo estoy muy orgulloso de haber recibido, sin darme cuenta, mis primeras lecciones que transmitiré con el mismo entusiasmo a mis nietos cuando la oportunidad me lo permita.

Saludos

Miguel Sánchez del Río González-Anleo