Desde 1815, los caños de Rivero fueron testigo directo del paso de infinidad de ciudadanos, frailes y peregrinos que hicieron uso de sus prestaciones sin darse cuenta que, lo verdaderamente importante, estaba en el significado de su misterioso y fascinante encanto. Es el día de hoy que, unos en su matinal paseo, y otros en su veloz travesía, pasan apresurados con la mirada al frente ignorando la maravilla que arrinconan a su costado. Fuente de piedra de cuatro caños cuyo valor monumental es mínimo, si lo comparamos con sus inexplicables secretos y virtudes extraídas como si de un cuento de Xanas se tratara. En el primer caño el agua calma la sed de la infancia, sofoca la pasión de los juegos, y llena de ilusiones a todos los que allí arriman sus infantiles labios. Los niños que allí nos acercábamos bebíamos de una forma tan espontánea que era difícil darnos cuenta de la majestuosidad del lugar, solo nos importaba apagar de una forma rápida nuestra sed y cruzarlo saltando de poyo en poyo. Por ese motivo, en algunas ocasiones dejamos allí el rastro de nuestras propias rodillas. El segundo es como un imán y atrae a la juventud, su agua mana con tanta fuerza que es difícil concentrarse en deseos y promesas a largo plazo, con lo cual precisas repetir, más de una vez, y esperar sus rápidas consecuencias que seguro llevarás a buen término. En el tercero el agua surte responsable y se encarga de facilitar la energía suficiente para afrontar los retos del futuro. Miles de parejas sellaron así, sin darse cuenta, sus compromisos y bebieron lentamente empapándose del espíritu de la felicidad. El cuarto y último se encarga de hacer fluir su agua lentamente, con tal experiencia que incita a saborear todo lo bueno de este mundo. Si escuchas con atención cuando pasas, su suave y continuo murmullo al contacto con la piedra, te invita a realizar una motivadora parada que te traslada en el pasado y te hace recordar todos los momentos felices transcurridos. Alguien tuvo una vez, la diabólica idea de hacer brotar vino en esos mismos caños sin pensar en sus consecuencias. Proponer esa inoportuna sugerencia denota falta de sensibilidad y conocimientos ante un maridaje inapropiado. De las fuentes solo puede manar libremente el agua, y el preciado vino debe salir a nuestro antojo de botellas, toneles, e impermeables botas impregnadas de buen pez. Pongamos las cosas en su sitio y no rompamos el embrujo y mitología de un lugar extraordinario que por sus caños, a veces, llora con pena por nuestra pasiva ignorancia cuando pasamos a su lado. Suerte tienen mis primos, Pilar y Emilio, de poder disfrutar tan cerca de los caños de la vida, y como dice mi buen amigo Antonio, gran aficionado a todo aquello relacionado con el espiritualismo, algo tendrá que solo fijarse en ello produce fenómenos extraños que se están cumpliendo a lo largo de toda una vida. Lo cierto es que, si nos parásemos a pensar todos los que allí saciamos nuestra sed de una forma u otra, podremos narrar infinidad de anécdotas ocurridas que no tienen explicación. Gracias caños por mantener todavía viva nuestra esperanza y os prometo que, a pesar de mis compromisos, en mi próxima visita vosotros seréis los primeros.
Saludos.
Miguel Sánchez del Río González-Anleo
2 comentarios:
Querido primo.Estoy deseando que llegue el domingo para ver con lo que nos sorprendes.Esta semana,te saliste con nuestros queridos caños de Rivero.¡Recuerda tambien la capillina de San Pedro!.Sigue escribiendo por que cada dia te superas.Menuda faceta que tenias es condida,cuando te retires y tengas mas tiempo tienes que escribir un libro.Muchos besos para toda la familia y felices fiestas.Tu prima que te quiere mucho.Laura
Por los años 80 un día de San Pedro, los caños de Rivero llegaron a manar vino...
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