miércoles, 12 de agosto de 2009

EL REINO DE LOS ISUQUINOS

Susana apuraba con suma rapidez las últimas cucharadas de la sopa de madre. El día se presentaba largo debido a los preparativos, pero no importaban los esfuerzos, su gran ilusión estaba a punto de hacerse por fin una realidad. El viaje a la vieja Suiza suponía una planificación con todo detalle, y para ello Fernando preparaba con esmero la furgoneta que sirve de traslado habitual al parapente, y que para tan especial evento sería el medio de transporte y la suite matrimonial para acomodar a su reina lo más confortable posible. Mientras tanto, Susana intentaba convencer a los Isuquinos que los veinte días de separación no conllevarían grandes males. Para ello, los acomodó a todos mirando hacia la televisión señalando con el dedo y repitiendo sus nombres con ánimo de no olvidarse de ninguno de ellos. Patu, Elefant, Vaca Paca, y así todos hasta llegar a Dino, el cual mirando muy sorprendido y mosqueado dejaba caer una cristalina lágrima estrellándola sobre la mesa. Al día siguiente, la furgoneta emprendió el viaje, no sin antes despedir a toda la corte y al abuelo güelis. Las primeras horas del largo trayecto transcurrieron de forma rápida y el sueño despistó los pensamientos en lo que atrás se dejaba, pero llegó la montaña y el olor de Asturias se fue disipando en el horizonte de forma que decidieron de mutuo acuerdo hacer una paradina en la primera área de descanso. Se abrió la mochila y allí estaban dos hermosas albohamburguesas cuyo aspecto y aroma despertaron el hambre de tal forma que desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos, no sin antes echar en falta “el marido no veas” que la semana pasada habían comido preparado por mi hermana y recibido por Seur Expres en un hermético Tupperware. El paso por la meseta, Pirineos, y Francia despertó en ellos trazas de patriotismo y siempre comparaban “El Paraíso” con los admirables paisajes que surgían al paso. Las primeras noches a la orilla del lago transcurrían entre el silencio de los bosques, el saltar de los peces y alguna cancioncilla que tatareaba Susana quizás con intención de encubrir un leve miedo en la soledad del entorno. El hambre acuciaba y todavía quedaban restos de arbolitos verdes y bolas beige, los cuales engulleron lentamente para dar un toque de suculento menú minimalista escondido entre aquellos parajes. Luego acompañaron la sobremesa de un suculento cagadin de los bosques y dominados por el sueño se durmieron con sus ojos fijos en las estrellas y acompañados de curiosos buhos y cuquiellos que velaban al igual que rigurosos guardianes en las garitas de los árboles. A la mañana siguiente todo era distinto y el ánimo y ganas de aventura volvió a surgir entre ellos contándose mutuamente los alucinantes sueños que habían vivido durante la hermosa noche. Fernando todavía no había despertado y estaba surcando los aires de las montañas de Piedrahita y Susana arropaba a una Paca Vaca que cansada de mirar para una aburrida pantalla se había quedado dormida.

Saludos

Miguel Sánchez del Río González-Anleo

1 comentario:

Unknown dijo...

Jejejejej...
Desde Lucerna leemos estas líneas muertos de risa... jjejeje...

Pero hay una cosa con la que no contabas... Los isuquinos están aqui con nosotros. No salimos de viaje sin ellos... :-)

Besitos desde Suiza (no notais el olor a queso y a choco?)