Susana apuraba con suma rapidez las últimas cucharadas de la sopa de madre. El día se presentaba largo debido a los preparativos, pero no importaban los esfuerzos, su gran ilusión estaba a punto de hacerse por fin una realidad. El viaje a la vieja Suiza suponía una planificación con todo detalle, y para ello Fernando preparaba con esmero la furgoneta que sirve de traslado habitual al parapente, y que para tan especial evento sería el medio de transporte y la suite matrimonial para acomodar a su reina lo más confortable posible. Mientras tanto, Susana intentaba convencer a los Isuquinos que los veinte días de separación no conllevarían grandes males. Para ello, los acomodó a todos mirando hacia la televisión señalando con el dedo y repitiendo sus nombres con ánimo de no olvidarse de ninguno de ellos. Patu, Elefant, Vaca Paca, y así todos hasta llegar a Dino, el cual mirando muy sorprendido y mosqueado dejaba caer una cristalina lágrima estrellándola sobre la mesa. Al día siguiente, la furgoneta emprendió el viaje, no sin antes despedir a toda la corte y al abuelo güelis. Las primeras horas del largo trayecto transcurrieron de forma rápida y el sueño despistó los pensamientos en lo que atrás se dejaba, pero llegó la montaña y el olor de Asturias se fue disipando en el horizonte de forma que decidieron de mutuo acuerdo hacer una paradina en la primera área de descanso. Se abrió la mochila y allí estaban dos hermosas albohamburguesas cuyo aspecto y aroma despertaron el hambre de tal forma que desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos, no sin antes echar en falta “el marido no veas” que la semana pasada habían comido preparado por mi hermana y recibido por Seur Expres en un hermético Tupperware. El paso por la meseta, Pirineos, y Francia despertó en ellos trazas de patriotismo y siempre comparaban “El Paraíso” con los admirables paisajes que surgían al paso. Las primeras noches a la orilla del lago transcurrían entre el silencio de los bosques, el saltar de los peces y alguna cancioncilla que tatareaba Susana quizás con intención de encubrir un leve miedo en la soledad del entorno. El hambre acuciaba y todavía quedaban restos de arbolitos verdes y bolas beige, los cuales engulleron lentamente para dar un toque de suculento menú minimalista escondido entre aquellos parajes. Luego acompañaron la sobremesa de un suculento cagadin de los bosques y dominados por el sueño se durmieron con sus ojos fijos en las estrellas y acompañados de curiosos buhos y cuquiellos que velaban al igual que rigurosos guardianes en las garitas de los árboles. A la mañana siguiente todo era distinto y el ánimo y ganas de aventura volvió a surgir entre ellos contándose mutuamente los alucinantes sueños que habían vivido durante la hermosa noche. Fernando todavía no había despertado y estaba surcando los aires de las montañas de Piedrahita y Susana arropaba a una Paca Vaca que cansada de mirar para una aburrida pantalla se había quedado dormida.
Saludos
Miguel Sánchez del Río González-Anleo
1 comentario:
Jejejejej...
Desde Lucerna leemos estas líneas muertos de risa... jjejeje...
Pero hay una cosa con la que no contabas... Los isuquinos están aqui con nosotros. No salimos de viaje sin ellos... :-)
Besitos desde Suiza (no notais el olor a queso y a choco?)
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