sábado, 3 de abril de 2021

CÓMO VAN PASANDO LOS AÑOS

¡Cómo van pasando los años!. El reloj de la vida no se atrasa ni una decima de segundo, es más, aunque los minutos tienen sesenta segundos yo soy de los que un minuto para mí es inapreciable. Recordad el pantalón corto que dejaba al descubierto los rasponazos que te hacías en las rodillas, es el símbolo de inicio de una vida llena de pericias en un camino aparentemente largo hasta la meta del destino.

Recuerdo que un día normal de veinticuatro horas en mi niñez parecía interminable. Te daba tiempo a todo, desde que te levantabas recordando aún los sueños de la noche, te lavabas, desayunabas, cargabas la cartera y salías corriendo hacia la calleja del Marqués y llegabas al Instituto, no te enterabas. Ahora casi es una senda incluida en la guía de Turismo. 

En el Instituto ya me estaban esperando mis compañeros de pupitre: el Cubano, Sampedro, Azcarate, Amalio, y muchos más que compartíamos el primer curso de bachillerato mixto. En esas circunstancias y separada media clase chicos y media de chicas, ya había alguna con cabello largo rubio y ojos azules cuyo nombre era  María de los Ángeles a la cual se dirigía mi mirada más que al profesor. La profesora joven de francés también atraía las malicias de alguno de mis compañeros tirando el bolígrafo debajo de las faldas para ir a recogerlo con la mirada hacia arriba. 

Al toque de campana de salida del colegio, aquello parecía una estampida de búfalos, luego todo era calma, te entretenías en cualquier esquina a charlar, jugar o tirar piedras a las ratas del río de La Magdalena que todavía no estaba canalizado. Eso era la rutina de la semana, salvo que llegase un día festivo por el medio. Entonces todo cambiaba, desde el vestuario, visitas a los abuelos, tíos y demás familia; siempre sacabas alguna pesetina que iba directamente a la hucha del cerdito. La tarde de ese día pasaba muy rápido y enseguida puesta de pijama, rezo obligatorio y a dormir.

El fin de semana se alargaba un poco más en función del tiempo y la estación del año. Si era primavera, con eso de que la sangre altera, ya había quedadas sin móvil y botellón. Localizar nidos para ver su evolución, juegos eternos de chapas, mirar caras bonitas de niñas que te hacían tilín. Y si tenias dinero, comprar pipas y cine matinal en el Marta y María o Palacio Valdés para ver alguna película del Oeste que luego imaginabas en el Fuerte Apache que te habían traído los Reyes Magos.

En Pascua había que estrenar alguna prenda, aunque fuese unos calcetines, y llevar la palma a la madrina para recibir el rico bollo de mantecado. Y por supuesto no perder ninguna procesión, pues el oír el sonido de las cornetas y tambores te hacían marcar un paso que te duraba hasta tú llegada a la Mili. El lunes de Pascua, obligatorio ir a comer fuera y luego las carrozas que, siempre mi padre acababa cabreado por algún atrevido que se ponía delante quitándonos la vista a mi hermana y a mí.

Cuando llegaba la hora de la puesta de largo, primeros pelos del bigote y cambio de voz de pito a tenor, aquello era muy diferente. Tenías otras responsabilidades, tú primer cigarro, tú primer beso y poco más. Te centrabas en los estudios, deportes de temporada y carreras en bicicleta compartiéndola con tus amigos que no la tenían. Era el momento de formar cuadrillas pequeñas de amigos y amigas que ya asistíamos a otras quedadas sin móvil llamadas romerías y pudo darse el caso de probar algún culín de sidra para darte ánimo y sacar alguna chavalina a bailar. 

Llegaba la temporada de playa, y aquello si que prestaba. Teníamos a tiro de piedra San Balandrán, y de aquella ya hacíamos una gran cola en el muelle para coger sitio en la motora de Velilla y Panizo. El viaje era entretenido y los momentos del baño emocionantes siempre respetando las dos horas después de comer  que se hacían interminables. De menú, mi madre siempre preparaba lo mismo: ensaladilla rusa y filetes empanados. Luego siesta de toalla, y vuelta a casa al oscurecer. 

Hasta aquí se pasa una época muy bonita la cual no podré olvidar nunca. He obviado anécdotas y nombres de personas para no alargar más el tema, pues me podría estar escribiendo días y días. La segunda fase en la que os iré informando, es cuando uno ya empieza a tener un sentido común más arraigado. El tiempo ya empieza hacer mella en él y las responsabilidades son más estrictas.

Saludos

Miguel Sánchez del Río González-Anleo   


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