domingo, 21 de diciembre de 2008

EL HORNO NO ESTÁ PARA BOLLOS.....

Nada está en su sitio, nada se parece a su estado natural, lo que ayer era blanco hoy es gris o negro, alguien se está preocupando de mover los hilos de tal manera que todo parece transformado. El mundo gira a la misma velocidad, pero en su superficie algo se está alterando de una forma imprevisible, saltándose todas las leyes y normas provocando la incertidumbre y el asombro de todos los que siempre hemos pensado que antes del diez viene el nueve. Las tradiciones respetaban escrupulosamente nuestros gustos y los de nuestros antepasados, transmitiéndose sin pagar derechos de autor todo aquello que representaba los valores intrínsecos de las personas y cosas. En la actualidad, a pesar de tener las herramientas necesarias, no somos capaces de utilizarlas de una forma coherente, bien por falta de formación, bien por no haber leído antes las instrucciones, o por que todo corre tan deprisa que unos minutos antes ya nos sentimos analfabetos de lo que los ingleses llaman el presente continuo. Años atrás todo se respetaba y se transmitía de tal forma que se iba cumpliendo cada fase como si de un procedimiento escrito se tratase. Por ejemplo, cuando éramos unos críos, para degustar un buen pan primero apreciabas su olor a lo largo de toda la calle, tras su demanda en la panadería pagabas su precio justo, a continuación palpabas su esmerada elaboración, poco después degustabas su inigualable sabor, y por último, aplicando un consumo sostenible almacenabas el sobrante en la panera para el resto de la semana, permaneciendo éste con paciencia, inalterable hasta el momento de su consumo. Hoy lo ingerimos semi congelado, no tiene olor, poco sabor, lo podemos comprar en la gasolinera y hasta lo hemos bautizado con peculiares nombres. Ahora lo llamamos baguette, chapata, y pan integral, nada que ver con los bollos de cuernos, richis, y hermosas hogazas que se elaboraban en las panaderías del Chato, Lalo y los Americanos, pasando por el pan que, procedente del occidente de Asturias, acompañaba en sus exquisitos platos el mesón de Antonio y la pulpería Gallega, presentándolo en primer lugar para ir haciendo boca. Recuerdo todavía el sabor del pan que, en abundancia, siempre nos ofrecía mi tía Leónides en Vegadeo, cuyo sabor competía con la suculenta empanada de Aguiyolos y la torta de roxoes que siempre nos ponía de postre. Los hornos de leña han ido desapareciendo en las últimas décadas sin darnos cuenta que sus sustitutos, los eléctricos y la propia conservación del pan por congelación, ha conllevado cambios bruscos de una simple receta “Harina, levadura, agua y sal” cuya elaboración artesanal no solo suponía placer, sino una necesidad. Hay personas que evalúan la personalidad y categoría de los pueblos por la calidad del pan que allí se elabora. Yo soy uno de ellos, y cada vez que tengo la oportunidad de emprender un viaje, lo primero que hago al llegar a un nuevo pueblo, villa o ciudad es preguntar dónde hay una panadería. Múltiples visitas a éste tipo de establecimientos como los ubicados en La Magdalena, Santa María del Mar o Busdongo me costaron algún que otro disgusto con personas que todavía tienen asociado que el pan es motivo de sobre peso. Nada más equivocado, el buen pan es un alimento que además de su exquisitez y múltiples cualidades, admite en su interior todo tipo de vianda que tengas a tu disposición, y si quieres probar algo excepcional, cierra los ojos, y verás que iguala a cualquier sabor que te puedas imaginar en esos momentos. En Asturias todavía quedan signos de respeto por lo artesanal y buenas prácticas para ese bien de de la naturaleza con el que se elabora el pan, pero no agotemos los esfuerzos y lucha de algunos por mantener sus buenas costumbres pues ahora mismo el horno no está para bollos.

Saludos.

Miguel Sánchez del Río González-Anleo

domingo, 14 de diciembre de 2008

LOS CAÑOS DE LA VIDA

Desde 1815, los caños de Rivero fueron testigo directo del paso de infinidad de ciudadanos, frailes y peregrinos que hicieron uso de sus prestaciones sin darse cuenta que, lo verdaderamente importante, estaba en el significado de su misterioso y fascinante encanto. Es el día de hoy que, unos en su matinal paseo, y otros en su veloz travesía, pasan apresurados con la mirada al frente ignorando la maravilla que arrinconan a su costado. Fuente de piedra de cuatro caños cuyo valor monumental es mínimo, si lo comparamos con sus inexplicables secretos y virtudes extraídas como si de un cuento de Xanas se tratara. En el primer caño el agua calma la sed de la infancia, sofoca la pasión de los juegos, y llena de ilusiones a todos los que allí arriman sus infantiles labios. Los niños que allí nos acercábamos bebíamos de una forma tan espontánea que era difícil darnos cuenta de la majestuosidad del lugar, solo nos importaba apagar de una forma rápida nuestra sed y cruzarlo saltando de poyo en poyo. Por ese motivo, en algunas ocasiones dejamos allí el rastro de nuestras propias rodillas. El segundo es como un imán y atrae a la juventud, su agua mana con tanta fuerza que es difícil concentrarse en deseos y promesas a largo plazo, con lo cual precisas repetir, más de una vez, y esperar sus rápidas consecuencias que seguro llevarás a buen término. En el tercero el agua surte responsable y se encarga de facilitar la energía suficiente para afrontar los retos del futuro. Miles de parejas sellaron así, sin darse cuenta, sus compromisos y bebieron lentamente empapándose del espíritu de la felicidad. El cuarto y último se encarga de hacer fluir su agua lentamente, con tal experiencia que incita a saborear todo lo bueno de este mundo. Si escuchas con atención cuando pasas, su suave y continuo murmullo al contacto con la piedra, te invita a realizar una motivadora parada que te traslada en el pasado y te hace recordar todos los momentos felices transcurridos. Alguien tuvo una vez, la diabólica idea de hacer brotar vino en esos mismos caños sin pensar en sus consecuencias. Proponer esa inoportuna sugerencia denota falta de sensibilidad y conocimientos ante un maridaje inapropiado. De las fuentes solo puede manar libremente el agua, y el preciado vino debe salir a nuestro antojo de botellas, toneles, e impermeables botas impregnadas de buen pez. Pongamos las cosas en su sitio y no rompamos el embrujo y mitología de un lugar extraordinario que por sus caños, a veces, llora con pena por nuestra pasiva ignorancia cuando pasamos a su lado. Suerte tienen mis primos, Pilar y Emilio, de poder disfrutar tan cerca de los caños de la vida, y como dice mi buen amigo Antonio, gran aficionado a todo aquello relacionado con el espiritualismo, algo tendrá que solo fijarse en ello produce fenómenos extraños que se están cumpliendo a lo largo de toda una vida. Lo cierto es que, si nos parásemos a pensar todos los que allí saciamos nuestra sed de una forma u otra, podremos narrar infinidad de anécdotas ocurridas que no tienen explicación. Gracias caños por mantener todavía viva nuestra esperanza y os prometo que, a pesar de mis compromisos, en mi próxima visita vosotros seréis los primeros.

Saludos.

Miguel Sánchez del Río González-Anleo

lunes, 8 de diciembre de 2008

AÑORO TÚ MIRADA

Su mirada me traslada al pasado recordando los maravillosos y felices años que pasamos juntos. Nos separamos en multitud de ocasiones, unas motivadas por los estudios, otras por el trabajo, pero quizás la distancia haya sido el denominador común para resaltar de mi padre sus múltiples e inimitables cualidades.

Su paso acelerado en los momentos álgidos de su vida fue mermado por una incurable enfermedad que acabo postrándolo lentamente en un sillón hasta su inoportuno final.

No tuvo piedad con su voluntad, y como un viejo roble luchó por mantenerse erguido a pesar de los fuertes vientos que le azotaban por la delicada salud de mi querida madre. 

Demostró en cada momento de su vida gran capacidad y empeño por descubrir algo nuevo en todo aquello que estaba a su alcance. Cariñoso con todos, y exigente consigo mismo, faceta que le caracterizaba como miembro de la familia Tirola, me ha servido de ejemplo en múltiples ocasiones.

Recuerdo desde niño su afán por enseñarme todo lo que él había vivido, desde sus bélicas hazañas por tierras catalanas en Mora de Ebro, hasta como conducir su viejo Ford, pasando por exitosas reparaciones de cualquier tipo de mecanismo que caía entre sus manos. 

Su vocación por la innovación le incitaba constantemente a encerrarse en su taller de aficionado dedicando muchas horas al ajuste interminable de vetustos aparatos de radio, y complicados inventos, cuyo resultado final a veces no era el esperado, pero con su esfuerzo y dedicación estaba todo compensado.

Preocupado por todos los acontecimientos que ocurrían relativos a las nuevas tecnologías, se informaba a través de la lectura y la televisión, dónde se producían y cual era su cometido. Recuerdo que, todavía convaleciente de su operación, nos obligó a mi cuñado Paco y a mí, a llevarlo expresamente a una cafetería en el Barrio la Luz con el objeto de ver la primera emisión de televisión en color.

Agnóstico por fuera, y con trazas de creyente en su interior, aceptaba a regañadientes que su hermana Amelia -devota hasta la médula- le aplicara remedios curativos procedentes de La Virgen de Garabandal. Los milagrosos ungüentos solo servían para mejorar su Fe por unos instantes, bajo las risas ocultas que mostrábamos mi hermana y yo cuando nos mirábamos.

Su inmensa afición por la pesca, la música y la mar influyeron en mí, de tal forma, que cada domingo busco su silueta entre los pacientes pescadores de la costa intentando oír entre el murmullo del mar canciones que siempre repetía, y que cuyo comienzo “Adiós lucero de mis noches” y “Adiós muchachos”, eran sin duda el principio de su rápida despedida. 

A pesar del esfuerzo que para él suponía desplazarse, cumplió su objetivo de visitar en ultramar a su querido hermano Fernando, y junto con mi madre disfrutaron de las mejores vacaciones de su vida. 

Tuvo formidables amigos que a pesar del tiempo transcurrido no lo olvidaron ni un instante. Todavía hoy, brindan levantando la copa de buen vino en su nombre, recordando con nostalgia su preferencia por los buenos caldos que siempre impregnaron su paladar.

Sus cuatro nietos Fran, Susana, Daniel e Irene le arrebataron los últimos signos de cariño, disfrutando con ellos como si propiamente de un niño se tratara. Recorrió su último paseo firme y sin tambaleos, y marchó veloz desprendiéndose de su bastón y aligerando progresivamente su paso hacia su querida Matucha. Gracias papá por todos esos grandes momentos que nos hiciste pasar.

Saludos.

Miguel Sánchez del Río González-Anleo

sábado, 6 de diciembre de 2008

LECCIONES DE INFANCIA

Cuando eres un niño absorbes, igual que una esponja, todo aquello que ves, oyes, y observas en los diversos escenarios por los cuales discurre tu corta infancia.

La escuela de la vida también te enseña de forma gratuita, y sin darte cuenta, lecciones que se transmiten a través de generaciones, no solo con ánimo de conseguir un ejemplo de continuidad, sino que son el espejo y el propio filtro de aquello que verdaderamente deseas almacenar y posteriormente comunicar entre los seres más queridos. 

Todas las escuelas y universidades por las que he pasado tenían un gran patio donde disfrutábamos de los juegos más variados de nuestra época, pero lo curioso del caso es que el patio que guardo en mis recuerdos, aunque pequeño, no estaba frecuentado por alumnos, sino por profesionales maestros los cuales eran protagonistas de una verdadera escuela de artes y oficios. 

Cuando llegaba el buen tiempo era habitual encontrar cada tarde a Juan y a Lola en el patio de mi tía Amelia. Lola refunfuñaba por las lecciones magistrales de su marido, pero Juan que estaba orgulloso de su oficio de herrero, disfrutaba explicándome, paso a paso, como se fabricaban en la fragua las mejores hachas y cuchillos de Asturias. Con él aprendí mi primera lección sobre el acero y nunca olvidaré sus fundamentales consejos. Mientras me fijaba con atención en la reproducción de los hermosos conejos que allí se criaban con esmerado cuidado, también escuchaba como Aquina me enseñaba la práctica del cepillado de dientes en el grifo del patio, hábito de higiene que yo no era capaz de adquirir y que me sirvió de ejemplo para el resto de mi vida. 

Poco más tarde, aparecían Luis y su sobrino Pepe, explicándome con gran maestría la caza de la arcea y la perdiz, deporte que no he practicado por mi sensibilidad hacia los animales, pero que disfrutaba solo con escuchar sus entusiasmadas narraciones. 

El maestro de la comida económica y rápida era mi tío Laureano, pues con unas simples tripas de calamar que aparecían por arte de magia como restos de la mañana, cocinaba unas exquisitas rabas que mi padre calificaba de “cojonudas”.

En lo que se refiere al arte de la pesca en la mar la lección era exclusiva de la pareja Manolo & Laureano, cuyas hazañas y trofeos eran por todos conocidos; algunos siempre preguntaban con asombro cual era la técnica aplicada, pues desde su puesto de pesca en el Arañón, un objeto volador no identificado pasaba frecuentemente de mano en mano y era visualizado desde el muro de San Juan de Nieva por todos los transeúntes. Amelina, conocedora de todos sus trucos, revelaba el gran secreto y explicaba con todo detalle que se trataba de una hermosa bota de vino cuyo contenido animaba tanto a los pescadores como al pescado. 

Las técnicas de cómo arrebatar con destreza el sabroso salmón y las deliciosas truchas al turbulento río correspondían a Luis, sus lecciones y habilidad llegaban a tal extremo que cada temporada degustábamos el sabroso campanu preparado por mi tía Amelia, experta en la elaboración de guisos de pescado y deliciosos postres que eran el agrado de todos y cuyas lecciones aplico con rigor día a día.

Recuerdo también algunas clases de símbolos rarísimos que manejaban mis primas para escribir, llamado taquigrafía, y que hoy en día me gustaría recordar para suplir los horrendos signos que hoy se emplean en la comunicación de los móviles. Como complemento a mis enseñanzas siempre tenía a mi disposición la enciclopedia Álvarez y las cartas de mi bisabuelo cuando estuvo en la guerra de Cuba. 

Nuestros primeros maestros son el hilo conductor de lo que realmente somos en el futuro y merecen mi mayor reconocimiento. Yo estoy muy orgulloso de haber recibido, sin darme cuenta, mis primeras lecciones que transmitiré con el mismo entusiasmo a mis nietos cuando la oportunidad me lo permita.

Saludos

Miguel Sánchez del Río González-Anleo

domingo, 23 de noviembre de 2008

NOBODY'S PERFECT EXCEPT THE CAPTAIN

Quien le iba a decir a mi bisabuelo Panchico que uno de sus nietos llegaría a pilotar algún día, entre otros, mercantes como el Miguel Fleta y el Magdalena del Mar, alcanzando con plenitud de éxito la titulación de capitán de la marina mercante como el más joven de su promoción.

Navegó siempre como lo hacen los mejores marinos, acariciando la mar, buscando su encanto en cada viaje, y acabó enamorándose de ella con tal pasión que, salvo pausas producidas por emprendedores negocios, nunca pudo abandonarla de su pensamiento.

A pesar de los años, todavía sigue disfrutando de su embrujo, buscando cualquier oportunidad para volver a gobernar con maestría su marinero velero; y por qué no, intentando también arrebatarle de sus frías aguas algunas de sus preciadas especies como xardas, fanecas y algún que otro róbalo. 

Palabras como latitud, babor y estribor, emergieron fácilmente de su garganta para ordenar con firmeza y máxima perfección el rumbo hacia nuevos derroteros. Algo debe tener de cierto la frase inglesa “Nadie es perfecto, excepto el capitán“, pero en este caso, Oscar no solo buscó la perfección en el ámbito profesional, también lo intentó como amigo y como padre, y para ello enroló con muy buen criterio en su tripulación a la mejor oficial.

Mari Nieves aprendió rápido su cometido, y supo orientar la vela mayor con tal destreza que pocos marinos podrían haberlo hecho mejor, demostrando en cada momento su gran aptitud para gestionar todo aquello que estaba bajo su mando, y aplicó en cada uno de sus viajes con gran acierto el proverbio de los expertos marinos “A buen viento mucha vela pero poca tela”. 

Juntos navegaron por el mar de la vida dirigiendo su barco hacia buen puerto a pesar de las aleatorias tempestades y rompientes que siempre salen al paso. Yo siempre estaré en la boca del puerto esperando con los brazos abiertos para daros la bienvenida.

Saludos.

Miguel Sánchez del Río González-Anleo

viernes, 21 de noviembre de 2008

PASCUA FLORIDA

Se estaban acabando ya los fríos días de invierno y sentía un descontento profundo pensando en tener que sustituir mi larga gabardina verde por otra prenda más acorde con el buen tiempo reinante.

Aquella sensación de bienestar interno, capricho, o quizás que me sentía más favorecido, lo cierto es que me negaba a desabrochar el apretado cinturón de la gabardina cuando cruzaba el portal de la casa de mi tía Amelina.

Esa postura negativa me costó más de un disgusto con mi querido padre que, ante mi desobediencia, hacía bajar del cielo al clero completo aunque solo fuese por diez segundos. La Semana Santa estaba cerca y ya se notaban todos los preparativos, ensayos de clarines, limpieza exhaustiva de la capilla San Pedro, desembalaje de los trajes de capuchón, y poner al día las viejas recetas cuyos ingredientes omitían la carne.

El domingo de Ramos era un día muy señalado en la agenda de mi Villa, todo el mundo tenía que estrenar para lucir junto con la palma, la ropa de primavera en consonancia con la tradicional fiesta.

Mi sacrificio empezaba unos días antes cuando tenía que probar los antipáticos zapatos de charol y los pantalones cortos de color blanco haciendo juego con la camisa. Mi abuela Eufrasia, siempre presente, para aportar alguna ayuda en el resultado final de las compras, me daba ánimos, pues comprendía mi impaciencia por salir corriendo de los establecimientos; manía o tradición que todavía conservo al cabo de tantos años.

Llegaba el domingo y desde el Arbolón hasta la Iglesia de San Francisco, pasando por Rivero, aquello era igual que la pasarela Cibeles, mi hermana y yo siempre de la mano, nos dirigíamos hacia la iglesia para bendecir la palma; ella lucía siempre una falda plisada y un gorrito que con su cara de pepona que todavía la hacía más lustrosa.

Lo primero, parada de rigor en casa de Amelia, qué además de nuestra tía era mi madrina y tenía que mostrarle mi nuevo vestuario, recordándole que al regreso yo le traería la palma para colocarla en el balcón y mi hermana se la llevaría a su madrina Maruja. A la vuelta, y después de habernos llevado mi padre a tomar el vermut a casa Máximo donde ponían las mejores anchoas y aceitunas de la villa, era de obligado cumplimiento la compra en la confitería Polledo de aquellos sabrosos pasteles, tradición que mantuvimos durante toda nuestra infancia.

Días después, asistíamos a las procesiones, ocasión única en el año para ver juntos a Jesusín de Galiana, San Pedro, el Cristo de Rivero y La Dolorosa.

El sonido seco de los tambores y arrastrar rítmico de pies de los cofrades nos ponía tristes y nos hacía pensar en el arrepentimiento de nuestras travesuras. Poco iban a durar esas melancolías, pues el lunes “Día del Bollo” –si no llovía- llegaban las carrozas y todo era alegría, estruendo de voladores, ecos de gaitas y tambores, y bailarines cabezudos que nos mostraban sus rígidas pero simpáticas caras de cartón piedra. 

Lo mejor estaba por llegar, la hora de ir a recoger el fantástico Bollo. Era toda una sorpresa, pues cada año aumentaban los pisos de aquel sabroso mantecado de pumaceno con variadas figurinas de adorno, y ahí era donde yo me relamía solo con pensar si llevaría alguna de chocolate. 

Un amigo de la familia llamado Zarzuelo fue mi primer padrino, pero dadas las circunstancias y lejanía, lo sustituyó mi tío Oscar, el cual supo asumir excelentemente su papel al tratarme desde ese día como su mejor ahijado. Doy las gracias a mis padrinos por haberme hecho pasar momentos tan agradables.

Saludos.

Miguel Sánchez del Río González-Anleo

martes, 18 de noviembre de 2008

LA CASA DE LA VIDRIERA

En los años cincuenta La Vidriera gozaba de plena actividad dedicada a la fabricación de garrafones de vidrio, botellas de sidra, vino, y otros licores que la mantenían en un estatus verdaderamente apetecible para las grandes multinacionales. Así ocurrió, en poco tiempo fue absorbida y transformada para fabricar ladrillo refractario para los hornos altos de ENSIDESA. Mientras se producían estos cambios, los que habitábamos en sus viviendas éramos plenos espectadores, y las galerías de las casas el patio de butacas desde donde se apreciaban todos los movimientos. Los que allí vivíamos tuvimos la suerte de ver en directo entre otros, el cambio de los incansables mulos de carga por las modernas carretillas eléctricas, la transformación de los hornos de vidrio por modernos hornos belgas y la sustitución del antiguo camión Ford por un nuevo Pegaso del cual mi padre era todo un experto conductor. Las casas eran tan antiguas como la propia factoría, pero sus robustas paredes aguantaron el paso del tiempo hasta su derribo final objeto de nuevos edificios urbanísticos. Los vecinos del número cinco de la Avenida de Gijón éramos como una gran familia. Mis padres ocupaban el primer piso y teníamos de vecinos a Remedios y Celso con sus encantadores hijos Pilar, Flor, Rita y Cholo, con éste último tuve el privilegio de trabajar en la propia fábrica durante dos veranos en mi época de estudiante – digo privilegio porque aprendí con él no solo a reparar ejes de molinos, sino magistrales lecciones de compañerismo - . El piso de arriba era un refugio para mí, y allí me escapaba corriendo por la vieja escalera cuando mis padres querían hacerme engullir unas cucharadas de lentejas. Los que allí vivían, Pepón, Encarna, Higinio, Milagritos, la Cuqui y Pepe Luis con sus pequeños Jose y Rosi, encontraban siempre un hueco donde camuflarme. Es curioso, en aquel tiempo y debido a mi delgadez, mi abuela Amelia no quería comprar la moderna nevera por temor a que yo me quedase encerrado dentro, y ahora mi esposa Gloria me esconde el chocolate para que no me lo zampe. La ventana del descanso servía de atalaya para divisar los movimientos de la avenida, y punto de encuentro de múltiples juegos hasta que mi hermana se cayó por el hueco de la escalera, con la gran suerte de que un travesaño impidió males mayores. Nuestra casa no era un palacio, pero tenía un gran pasillo, la habitación de mis padres, otra que ocupábamos mi hermana y yo, un comedor con chimenea que presidía una Virgen del Pilar de Plata, una pequeña habitación que servía entre otras cosas como sala de juegos, la consulta de mi madre donde ponía las inyecciones, y hasta mi padre tenía un pequeño hueco en el que realizaba todo tipo de bricolaje. En sus paredes colgaban tres cuadros, dos fotos de mis padres el día de su boda y otro con el título universitario de mi madre. La cocina estaba entre los dos aseos, y ahí si que sufrimos varios incidentes producidos por la vejez del edificio cuyo termo del agua caliente tenía más remaches que la torre Eiffel y provocaba repetitivos escapes, y que decir del que se produjo unas Navidades en que Pepón con su gran peso metió la pierna y cayó el cielo raso encima de nuestra mesa. Las visitas a la consulta eran continuas, en especial por las tardes, siempre me tocaba abrir la puerta y hasta mi gata Fabiola, aunque sorda, protestaba por tanto movimiento. La calle y las casas de enfrente eran una continuidad de la nuestra, pues allí éramos bienvenidos y teníamos espacio suficiente para desarrollar y compartir nuestros juegos de infancia con nuestros vecinos entre los que se siempre se encontraban Baldomero, Mundín, Julio, Ángel, Cándido, José, Mori, y Conchita con sus impecables trenzas rubias. Cada año que regreso a Avilés doy un paseo por la avenida, y todavía se oye el eco de las melodías de Tinín cantando a plena voz por los vestuarios “Santa Marta tiene tren…, Santa Marta tiene tren…, pero no tiene tranvía, si no fuera por Matucha, caramba, Santa Marta moriría, caramba..”

Saludos.

Miguel Sánchez del Río González-Anleo

sábado, 15 de noviembre de 2008

EL TALLER DE BAUTISTA

El taller de Bautista estaba ubicado en la calle Rivero enfrente de una vinatería y al lado de la peluquería de Pica. 

Por él pasaron infinidad de usuarios que tenían problemas con la batería, la magneto o cualquier otro tipo de avería eléctrica de su automóvil. Incluso dicen que personajes famosos en aquella época como Lilian de Celis tuvieron la necesidad de utilizar sus servicios. 

Todavía lo recuerdo bajando por la calle Rivero con sus característicos pasos largos e indecisos vestido con su mono azul y su boina. La sordera que padecía le suponía una persona con dificultades para su comunicación, pero su profesionalidad, orden meticuloso y cariño hacia todos los que por allí pasamos lo convertían en una persona entrañable. 

Pero en ese taller había algo más, allí estaba la vivienda de la Saga de los Sánchez del Río. Fernando, Manolo y Amelina (como yo llamaba a mi tía) vinieron al mundo en ese lugar mágico donde en el patio de la vetusta casa aún se puede apreciar el olor a plomo, ácido, y resinas de las viejas baterías.

Amelia y Laureano emprendieron su vida en la casa natal y la mantuvieron hasta que descubrieron las ventajas que ofrecían las nuevas viviendas. Recuerdo la entrada al taller, posteriormente a la izquierda estaba la escalera de acceso a las habitaciones y enfrente la cocina con una gran mesa que servía no solo para las grandes ocasiones, sino que era el punto de encuentro diario de toda la familia. Arriba había una gran galería desde cuyos ventanales podías ver los árboles del Prau Marqués. 

Por aquellos tiempos en que los pantalones cortos todavía dejaban ver mi delgada apariencia nos juntábamos casi todos, Amelia, Laureano, Juan, Lola, Luis, Ana, mis padres Matucha y Manolo, mi princesa Laura, las primas de enfrente Mª Carmen, Marga, Luisa y Pepa, mi hermana Mimi, y en la cuna, Pilarina mi prima más pequeña (ahora convertida en una hermosa mujer).

No había televisión, pero las jotas navarras de Luis, los ripios de Laureano y algún que otro tango iniciado por mi padre que siempre acababa con el mismo estribillo (unas lágrimas en recuerdo de mi abuelo Manolo Tirola), servían de entretenimiento y hacían pasar las horas de una forma agradable esperando con ansias la merienda o alguna que otra tapa preparada con truco y gran destreza por mi tío Laureano. 

A mediados de diciembre ya estábamos pensando todos en el aspecto que íbamos a darle ese año al Nacimiento (ahora Belén), qué figuras nos faltaban y cuándo íbamos a buscar el musgo. Por mí poco peso y mi pequeña estatura me tocaba con gran orgullo colocar las figuras más lejanas en aquél armario empotrado que utilizábamos para tal fin, era una gozada y de ahí me viene esa gran afición que tengo por tal acontecimiento. Jamás podré olvidar momentos tan entrañables.

Saludos.

Miguel Sánchez del Río González-Anleo

domingo, 9 de noviembre de 2008

LADY LAURA

Si comparáis Clarence House (Inglaterra) y la centenaria Panera que luce majestuosa en su entrada al Molín del Puerto (Asturias), podréis encontrar un punto en común, en las dos ha vivido una Princesa del Pueblo.

Lady Laura desde muy pequeña, en su Rivero natal, ya demostraba con creces su capacidad para transmitir a los demás continuas dosis de alegría y amistad. Su hermosa juventud fue truncada por un desgraciado accidente, pero con su entereza y saber estar supo salir adelante en los momentos más difíciles.

Poco después llegó Pucho con su aspecto bonachón y juntos emprendieron el camino hacia la felicidad. Luego vino todo lo demás, los hijos, los amigos y el trabajo bien hecho.

Quien la trata espera con ansiedad su encuentro por las calles de la Villa para poder escuchar con su inconfundible protocolo multitud de historias y palabras de estilo puramente positivo. 

Trabajadora infatigable, fue capaz de aunar esfuerzos para compaginar lo mejor de la vida, “la familia y los amigos”. En la veterana Panera del Molín aun se oyen murmullos de risas, canciones y aromas de buena sidra.

Los que por allí pasamos con frecuencia, recordamos con nostalgia aquellos momentos felices en los cuales Laura y Pucho nos demostraban sus excelentes artes culinarias producto de un buen trabajo en equipo, una gran experiencia, buenos maestros, y buena calidad de los manjares; pero sobre todo quiero destacar el cariño de su trato y recibimiento, mucho más allá de los mejores eventos monárquicos de la época.

Tener una Princesa como ella en la familia es un gran honor, máxime cuando todavía es capaz de guardar un espacio en su corazón para demostrarnos en cualquier instante que la vida es algo más que la rutina diaria y que todavía existe mucho por descubrir y conocer. Ánimo Laura, aunque muy lejos de ti en estos momentos, pronto volveré para tomar un vinín juntos, pues en la época que estamos pasando es más fácil tomar aire con los recuerdos vividos en tu presencia.

Saludos

Miguel Sánchez del Río González-Anleo

domingo, 2 de noviembre de 2008

OTOÑO EN LA DISTANCIA

ventanaOtoño frío, ventoso y desagradable, eso es lo que pensaba yo en mis adentros mientras miraba con tristeza tras los cristales de aquel pequeño bar. 

Pedí al camarero que me sirviera un vino tinto de Montblanc, el cual me sirvió en el momento acompañado del periódico del día, pues aquí no hay costumbre de poner tapas como en otros sitios.

Después de echar una ojeada a las noticias del día -no hay ninguna buena- me entretuve cumplimentando las palabras del crucigrama. Cuál fue mi sorpresa al ojear la última palabra que así decía, "Seudónimo de cuatro letras que en este caso define a la hermana ideal".

Lo tenía fácil, sin ninguna duda la palabra que había que poner era MIMI. Esa respuesta no solo me recordó a ella, sino que entrelazó una serie de palabras que efectivamente componían las características propias de mi querida hermana. Entre trago y trago iba recordando entre otras, su fortaleza, su facilidad de expresión, su valentía y capacidad para resolver los duros golpes de la vida, y sobre todo su amistad para todos los que en ella encuentran un rincón donde cobijarse.

Madre, la mejor, y además con solera por sus propias circunstancias. Como virtudes tiene la bondad de mi padre y la sonrisa de mi madre, y en su cocina se confunden los aromas de mis antepasados. Trabajadora sin descanso capaz de unir la juventud con la madurez sin que por ella pasen los años. El destino ha querido separarnos hermana, pero nunca podrá quitar nuestros sentimientos y espero con ansia el día en que juntos podremos recuperar el tiempo perdido.

¡Vamos Boby! le dije a mi querido y amigo perro mientras apuraba mi último trago, ya no hace frío y los recuerdos de mi hermana han hecho salir el sol. Hoy, a pesar del frío y de la crisis me siento muy afortunado por tener la hermana ideal.

Saludos.

Miguel Sánchez del Río González-Anleo

sábado, 25 de octubre de 2008

DOS MARES OPUESTOS

Nací en San Juan de Nieva un cinco de octubre de 1950 y la mar ese día estaba salpicona, momento en que aprovechó mi padre para lanzar ese plomo lo más lejos posible -casi llega hasta el Arañon- con el objetivo de lograr una buena pieza y mostrársela a mi madre de regalo por la paciente espera. El xargo no llegó -como casi siempre- pero mi madre se anticipó al sabroso pez y yo vi la luz mirando al Cantábrico. Aunque mi afición es la montaña, llevo dentro de mí el olor a yodo y ocle, cuya fragancia no podré olvidar nunca. Es curioso pero cada año me atrae volver a la entrada de la ría cómo las angulas desde el mar de los Sargazos, entonces llega a mi mente el comparativo de algo que nunca tenía que haber pasado, pero que por circunstancias de la vida ha tenido que ser así. Tengo en mis genes el genio del Cantábrico, la sabiduría del Mediterráneo y la sal de ambos, pero lo que más me gusta es su embrujo y su historia. Nacer en el Cantábrico y vivir en el Mediterráneo te ofrece la ventaja de apreciar las diferentes características que los hacen tan opuestos. Sus gentes, su gastronomía, su hábitat, su clima, su color, su olor, en fin todo es diferente. No sabría elegir en éstos momentos cual es el mejor, cada uno tiene algo que destacar en cada momento de tu vida, es por ello que me siento agraciado de conocer a ambos y desde estas líneas les agradezco y les doy mil gracias. En primer lugar al Mediterráneo le mando un gran abrazo de amigo por enseñarme toda su historia, su embrujo y su experiencia. Al Cantábrico por darme la vida, por transmitirme su bravura y su lealtad, y a los dos porque a pesar de ser opuestos me abren sus brazos y me ofrecen su cobijo para que pueda elegir donde quiero pasar mis últimos años de mi vida.

Saludos

Miguel Sánchez del Río González-Anleo

viernes, 24 de octubre de 2008

JUEGO DE NIÑOS

Corrían los años 60 y la sangre nos hervía por todo el cuerpo, Baldomero y su primo Luis, Kike, Luis Arturo, Julio, Tornillo, Tito, Carlos y toda una serie de amigos más que harían la lista interminable nos sentíamos felices y con ganas de vivir cada minuto de nuestra vida. Una vez tocaba jugar en la Divina Pastora, otra en Sabugo, otra en Rivero, otra en el Arbolón, y así sin darnos cuenta realizábamos un tour por todo Avilés dispuestos a nuevas aventuras y con ganas de comernos el Mundo. Pero aquel Mundo era muy diferente al actual, también había crisis pero la veíamos de otra forma completamente diferente. Recién cumplidos los diez años y con nuestros pantalones cortos solo pensabas en ir a pescar panchos a la ría, hacer carreras con las bicicletas y practicar los típicos juegos de temporada. Esperábamos con ansia los fines de semana, pero en especial el domingo para recibir la escasa paga que solo nos daba para pipas e ir al cine matinal. No había ordenadores, pero si un disco duro en nuestro cerebro cuya capacidad era interminable y sin bloqueos. No había teléfonos móviles, y buscador Google tampoco, pero tardabas breves instantes en localizar a todos debajo de un soportal o en la esquina de cualquier calleja para proponerles un nuevo proyecto. Soy un entusiasta de las nuevas tecnologías, pero no puedo olvidar el trato cariñoso, lingüístico y visual con mis amigos y amigas tan distinto al que empleamos hoy en día para comunicarnos. Hace mucho tiempo que no os veo chavales, pero llegan a mis oídos noticias de vuestros derroteros. Desde este blog intentaré haceros saber algo sobre mí y contaros infinidad de recuerdos, que ya va siendo hora de hacer un hueco en nuestras agetreadas agendas para recordar nuestra entrañable infancia.

Saludos

Miguel Sánchez del Río González-Anleo

miércoles, 22 de octubre de 2008

LA VILLA DE COLORES

En 1940 destacaban los colores blancos y azules. En 1960 la convertimos de color gris tirando a negro. En 1980 empezó a colorearse de sepia, y ahora por fin ya se está pareciendo al arco Iris. ¿Será que mi Villa tiene algo de camaleón y se adapta a todos los cambios que en ella se han producido?. Más vale que sea así, y este cambio de aspecto sirva para que luzca pronto el sol, aflore la alegría y empape de bienestar a todos los avilesinos.

Saludos

Miguel Sánchez del Río González-Anleo