Su mirada lo dice todo, la fidelidad está en sus genes y es muy sencillo entender su lenguaje. Eso es lo que describiría de una forma muy sencilla en varios idiomas su carta de presentación que se acompaña cuando recibes a regañadientes, o por compromiso tan entrañable regalo de alguien que verdaderamente te quiere. A partir de aquí tu vida va cambiando de tal forma que cabe la duda pensar si él se está adaptando a ti o tú te estás acomodando a él. La compañía en estos casos se hace mutua a pesar de los inconvenientes que conlleva la convivencia en una ciudad urbanita, pero así todo, los esfuerzos realizados que te ocasiona son compensados muy por encima de sus posibilidades. Su cariño, su lealtad, su saber estar, y su generosidad en devolver en cada momento los favores recibidos, lo convierten en la mascota más fiel que os podáis imaginar. Cada día me recibe al regreso del trabajo con impresionantes brincos y una muestra de alegría en sus ojos que expresa toda su ternura esperando solamente una simple caricia. Su pelo de pura lana virgen me recuerda divertidas vacaciones que mi hermana y yo pasábamos junto con los corderos en Cubillas de los Oteros, donde éramos acogidos por la cariñosa familia Fonseca, y en especial por Miguel y María Luisa. En las casas de adobe que componían ese pequeño, pero entrañable pueblo, se cocinaba con leña y en el desván, al cual había que acceder a través de una escalera de mano, abundaban los productos elaborados especialmente para la fiesta como las sabrosas rosquillas de anís y las “Maricas”, galletas que a pesar de ser tan duras como un peñón se deshacían en la boca tras probar el excelente orujo de hierbas que ellos mismos destilaban. En las casas no había suelo de gres ni parquet, era de puro barro, pero se barría todos los días, y con el chorro que manaba de una lata de tomate perforada, llena de agua, se realizaban artísticos dibujos que duraban hasta la mañana siguiente. Baño tampoco había, pero las gallinas y el burro acompañaban tus necesidades fisiológicas con tal atención que lo hacían todavía más agradable. Mi amigo Avelino “El Pastor”, se levantaba muy temprano para dirigir con sus perros el hermoso rebaño de ovejas hacia los terrenos de pasto, y en su compañía fue donde empezó mi cariño hacia los animales, y en especial por esos verdaderos maestros del pastoreo que, con sus incansables carreras eran capaces de alinear a todo un conjunto de hermosas merinas. Alguna vez bajábamos a las bodegas para saborear su exquisito queso y catar el fresco vino rosado cuyo toque de aguja hacía que el regreso a la superficie fuera un poco más penoso, sobre todo cuando recibías el impacto directo del calor de la llanura. Cuantos recuerdos me trae mi pequeño Boby cuando por el jardín de casa corre velozmente en busca de su pelota que intento lanzar lo más lejos posible; después ya cansado, se pone a mis pies esperando un merecido premio por el esfuerzo realizado. Acariciarlo suavemente sustituye, sin ninguna duda, a muchos medicamentos que estás obligado a tomar para reducir la ansiedad y el stress que conlleva en estos momentos nuestro vertiginoso ritmo de vida. Gracias amigo Boby por los agradables instantes que pasamos juntos.
Saludos.
Miguel Sánchez del Río González-Anleo
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