Aunque yo no soy cordobés, siento un cariño especial por esa ciudad donde realicé una parte de mis estudios en la Universidad Laboral. Me acuerdo del mes de mayo el mes de las flores, los patios floridos, las casetas, los bocadillos de calamares en el bar Colón y una amiga llamada María Auxiliadora que era una preciosidad la cual íbamos a rondar en mi época con la tuna universitaria.
De mis amigos Salvador Vivas, Fernando Vidal, Ernesto Argente, Ernesto Vicens, Carlos Tomás, Amaro Sanchís y de muchos más que harían la lista interminable. Los tiempos de estudiante no puedes olvidarnos nunca en la vida.
Cuando respiras el aire del Mediterráneo, sientes fragancias muy diferentes a las de nuestro querido Cantábrico. La intensidad de la luz es mucho más intensa, y por supuesto olivos, naranjos, almendros, algarrobos y cepas transforman un paisaje muy diferente al que estamos acostumbrados en nuestra tierra.
No me gusta hacer comparaciones, ni de belleza, ni de clima, pero reconozco que la diversidad de colorido existente en Córdoba en este mes es espectacular.
Recordando también Tarragona donde pasé internado dos años y posteriormente treinta y seis años de trabajo podemos observar un paisaje lleno de calas siempre protegidas por acantilados y hermosos pinares, nos damos cuenta que el ser humano en conjunto con la naturaleza ha intentado en hacer mejoras importantes en su entorno de convivencia.
Extensas plantaciones de todo tipo de flores en el Maresme, fragancias de Azahar en Valencia, Olivos en Jaén, patios de Córdoba repletos de Geranios que junto con las brisas de Tramontana, tierras altas del Priorato, Cazorla y Sierra Morena conforman un perfume inigualable de elaborar químicamente en un laboratorio.
Saludos
Miguel Sánchez del Río González-Anleo
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